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Los hermanos Otxoa

El francotirador ·

Héctor Esteban

Valencia

Domingo, 26 de agosto 2018, 08:44

Una de las primeras muertes que me impactó fue la de Alberto Fernández, el ciclista del Zor que lideró una generación de grandísimos corredores junto a Lejarreta, Delgado o Arroyo. Me alisté en el pelotón ciclista en la Vuelta a España de 1984, esa que El Galleta perdió por seis segundos ante el francés Éric Caritoux. Enganchado a una pantalla en blanco y negro, a la del televisor del chalé de mis abuelos para ver la explosión deportiva de Edgard 'Condorito' Corredor y lo arrestos de Vicente Belda, mi corredor favorito. Mi compañero Pablo Salazar me reprende cada vez que me ve en mi lugar de trabajo encandilado con una etapa del Tour o de la Vuelta a Burgos. Salazar dice que el ciclismo es aburrido. Desde la cuneta todo es opinable. Ayer me enteré de la muerte de Javier Otxoa, rey en el Hautacam con los colores del Kelme, y perfil de la desgracia en esa mala relación que existe entre vehículos y bicicletas. Javier y Ricardo Otxoa fueron atropellados por un conductor hace casi veinte años. Ricardo falleció y Javier sobrevivió para seguir en una lucha que abrió varios frentes. Desde la batalla personal a la presión colectiva de mejorar la seguridad de los ciclistas que van por carretera. Accidentes como el de los hermanos Otxoa han sido ese mal que, si sirve de consuelo, ha obligado a mejorar las condiciones de muchos de los que se juegan la vida por la carretera. El ciclismo es mucho más que esos titulares de dopajes y tramposos. Es uno de los deportes más bellos que existe pese a que las nuevas tecnologías en forma de pinganillos y medidores de potencia ha destrozado ese romanticismo de un corredor a la aventura. Me enganché a la Zeus azul celeste que mi padre se compró en Bicicletas Belga y que estuvo más tiempo colgada en el garaje del chalet que en carretera. Me quedaba embobado viendo aquella bicicleta que mi padre vendió antes de que yo creciera lo suficiente para poder cogerla. Me fascinaba ver aparcado el coche del Fagor del padre de mi amigo Miguelín, que era mecánico del equipo de Mondragón donde corría Pedro Muñoz. Mi padre me hablaba de Saronni, que me gustaba más que Hinault, y en carrera prefería el duelo entre Yáñez y Laguía por la montaña que la batalla por el amarillo. La cara ensangrentada de Salvà el del Huesitos por culpa de un perro suelto, los intentos de escapada de Paco Caro con los colores del Dormilón, la muerte de Casartelli o la mala suerte de Manolito Sanromà son momentos que encadenan mi pasión por el ciclismo. Me impactó el fallecimiento de Javier Otxoa por su historia de luchador. Pero la memoria de su hermano Ricardo y la fortaleza de Javier añaden kilos de épica a un deporte inmenso. Descanse en paz.

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