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Carlos Climent Garcés nació hace 149 años en Algemesí, Valencia. Con tan sólo 23 años se convirtió en uno de los héroes de la defensa ... del fuerte de Cascorro durante la Guerra de Cuba. Murió en 1945 habiendo sido condecorado por sus extraordinarias acciones en combate y con el grado de Teniente Honorario del Ejército Español. Junto a él, centenares de miles de compatriotas fueron enviados a morder el polvo de los campos cubanos, ignorantes de los intereses privados que defenderían.
Una de las cosas que más me irrita del nacionalismo catalán es su antiimperialismo de nuevo cuño. Justifican éste, entre otras razones, por el hecho de que su pueblo es vieja víctima de un colonialismo español supremacista y extractivo. Claro que se les olvida contar que, ajustándose a los tratados tradicionales sobre el imperialismo, Cataluña jamás fue una colonia, sino que cumplió cabalmente con el rol clásico asignado a las metrópolis. Quede constancia de que opino que el imperio español, por su configuración administrativa y social, no encaja en ese modelo colonialista decimonónico que le aplican torticeramente los negrolegendaristas. Eso de unos aborígenes expuestos en el zoo para deleite de los ojos zarcos de unos niños disfrazados de explorador fue cosa de las naciones «liberadas» de las garras papistas por Lutero o Calvino. Cosa diferente son las exiguas posesiones españolas al sur de Ceuta y Melilla. Pero a lo que vamos. Con la entrada en vigor del Decreto de Nueva Planta dieciochesco decaía el antiguo orden económico tardomedieval según el cual el monopolio del comercio con las Américas quedaba en manos castellanas, mientras que el del comercio mediterráneo en las aragonesas. Como quiera que la Historia tiene estas cosas, y a pesar de las tensiones culturales, es gracias a la dichosa ley de Felipe V que nuestros vecinos catalanes comienzan a forrarse a mansalva. Mayormente, gracias a una de las especialidades de su burguesía de aquellos tiempos: el tráfico de esclavos africanos. Tanto es así, que hasta hace poco «catalán» era sinónimo de «negrero» en el habla popular mambí. Corría en el Madrid de principios del XX una graciosa coplilla habanera que decía así: «Desde el fondo de un barranco / grita el negro con afán: / ¡Dios mío, quién fuera blanco / aunque fuera catalán!». No es de extrañar que la élite catalana, empujada legítimamente a la defensa de sus inversiones por el proceso independentista cubano, acabara liderando el grupo de presión que arrancó del Gobierno español la prolongación de su compromiso con la extenuante e inviable campaña militar concluida en 1898. El resto, milongas hispanófobas para adolescentes.
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