Por los hijos
EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·
La niña tendrá unos cinco años. Va en una silla de ruedas con luces de colores. Ríe con sus padres. Qué no harán unos progenitores por los suyos... Como Marisol por MartaLa niña tendrá unos cinco años. Pasea de noche con sus padres por una calle de Valencia. La pequeña va en silla de ruedas. En sus ruedas, unas luces de colores verdes. Unos dibujos pintados. Reflejos de luz y color que hacen que sus zapatillas brillen. Como se iluminan sus manos mientras da palmas. Como tintinea su cara cuando sonríe. Como brillan también las caras de sus padres. No dejan de hacerle bromas. Se ve que la pequeña no está bien. La vida dirá cuál es su futuro. Pero ellos se comen el presente a sonrisas.
La estampa es de estos días. Y uno acaba reflexionando. ¿Qué no intentarán unos padres por sus hijos? ¿Qué serán capaces de hacer para cambiar el presente y el futuro de sus pequeños? Todo. Y la reflexión acaba trasladándote hasta una madre coraje. Hasta Marisol Burón, la mujer que lleva tres años entregada en cuerpo y alma a luchar por el recuerdo de su hija. A seguir peleando con toda su alma para que aparezca su Marta. La heroína que con sus lágrimas, con su lucha en los medios, con su enseñarle los dientes a un demonio, ha llevado a la prisión permanente revisable a Jorge Ignacio Palma. Al asesino en serie más horrendo de la Comunitat. A poner ante la histórica condena de tres prisiones permanentes revisables al verdugo de Marta Clavo, Arliene y Lady Marcela.
El viernes por la tarde era imposible no emocionarse al ver a Marisol salir por la puerta de la Ciudad de la Justicia. Aplausos, vítores, gritos antes de «¡asesino, criminal!» al homicida en la sala de vistas, sonrisas, llantos, emoción, suspiros, miradas al cielo... La última madre coraje de la historia criminal valenciana era una amalgama de emociones. Un puzzle de vivencias como el que mostró en su última entrevista concedida en LAS PROVINCIAS justo antes del juicio, horas de conversación en la que se confesó a corazón abierto con la compañera Belén Hernández. Dispuesta a luchar hasta el final. «Mi hija Marta aparecerá», seguía clamando el viernes, una y otra vez, ante los ojos de toda España.
Marisol ha convertido su lucha seguramente en el tablón al que aferrarse en el voraz mar de la desesperación y la pérdida. Sin esa tabla seguramente se hubiera hundido. Su vida hubiera naufragado. Pero es contradictorio. También su elección acaba suponiendo sepultar su propia vida. No olvidar jamás el dolor ni la desesperación de la pérdida de una hija. Si es que eso se puede dejar atrás alguna vez... Pero un ser humano egoísta miraría a otro lado. Trataría de desterrar el recuerdo. De hacer borrón y cuenta nueva. Por pura superviviencia. Un padre, una madre sobre todo, no puede. El sacrificio es la primera palabra que uno conjuga al hablar de sus hijos. No es posible entenderlo hasta que no se vive. Antes suena como dramático, irreal, teatral.
Marisol Burón es una heroína. Ha enterrado su vida junto a la de su hija. Pero con ello ha salvado quién sabe cuántas vidas. Porque el depredador hubiera seguido matando. El mal hecho persona en la figura de Jorge Ignacio Palma habría continuado cazando mujeres. La decena de mujeres presas de sus atroces prácticas con droga y machismo hubieran seguido mudas y enredadas en la madeja de la prostitución. Al abrirse el pecho en directo, Marisol Burón ha dado su vida por otras muchas. Ha hecho que al menos algunas luces de colores aparezcan en el camino de las víctimas. Entrega. Como la de esos padres con su niña en silla de ruedas. Todo por su futuro.
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