Que lo educado sea no abordar los temas inmediatamente es casi lo peor de la típica reunión entre españoles. Qué tal la familia, conque por fin te separaste, pillín, ¿el pibón de la foto no será tu nueva novia...?, ah, tu hija, ya veo...; esa es la clase de conversación que suele mantenerse antes de que, tras planear durante un buen rato, uno de los interlocutores se arranque con el consabido «oye, al grano» o el más culteranista «vamos, que aquí ni cenamos ni se muere padre». Me malacostumbré en Bruselas donde las citas profesionales no duran más de diez minutos, se toca el objeto del encuentro sin preliminares ni circunloquios y se respeta el tiempo de los demás. Aquí no quieres irte el primero por si los que se quedan reabren la reunión y cambian lo acordado, mientras que en el resto de Europa la cosa funciona al revés: cuando existe una conclusión te marchas porque ya no resta nada por añadir. No hay un «venga, ¿tomas una caña?» o un «bueno, y ahora, ¿qué hay de lo mío?» que valga.
Publicidad
Pero lo peor, lo que se dice lo peor, es lo de las comidas. Al regresar después de ocho años, ya no me acordaba de que en Madrid si no quedas a comer con nadie eres un raro. De dos a cuatro la capital se va a comer y ni coge el teléfono ni se le puede molestar. Asuntos que deberían resolverse en un cuarto de hora precisan de un almuerzo con entrantes compartidos, pescadilla del menú y un cortadito. Hay incluso quien te llama para afearte que ya hace dos o tres semanas que no habéis comido juntos. Si piensas que la semana tiene cuatro días laborables (los viernes cada mochuelo se las pira a su olivo) y que verse a mediodía supone un buen rato, al que hay que añadir la modorra con que se vuelve al despacho por la tarde, resulta que la agenda de la semana es de posibilidades reducidas. Y por eso..., ¡se habilitan las cenas! Ay, Dios, a mí me gustaba más lo de tomarme un sándwich en un momentín, aprovechar la jornada y llegar pronto a casa para prepararme una ensalada. No es imaginable la cantidad de grupos de periodistas que diariamente necesitan un político con quien comer en la capital. Y tampoco hay bolsillo que lo resista.
No soy el único que a veces aguanta dos cenas el mismo día. Ni que ya tiene almuerzos concertados para setiembre. Me excuso por escribirlo aquí, pero he de desahogarme: ¿por qué en Madrid los políticos han de comer para hablar? Y no es por no ponerme rechoncho, que también y así estoy, sino porque es insano para el país. Mandaría a todos a comer a casa, que la política hispano-española pide más pico y pala y menos cuchillo y tenedor.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.