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El Cid ganaba sus batallas después de muerto y el PP por lo visto ya las perdía nada más nacer. De qué otro modo interpretar las palabras de nuestra Sandra Gómez, cabanyalera de pro, alcaldesa cuando alcanza el sueño profundo y aficionada según parece a ... juguetear con las líneas temporales y el montaje como el mejor David Lynch. Será cosa del tufillo electoral y la amenaza de 'foto finish', que invita a pasar por el afilador los discursos. O de su endiablada juventud, pues aquello la pilló con seis añitos y no se hablaría del asunto en el recatado patio del colegio Pureza de María. El caso es que, pese al virtuosismo de sus capotazos en la Malvarrosa, yo me quedo con el estoque: promete Gómez que el PSPV afrontará «de forma valiente y decidida» el histórico problema de las Casitas Rosa «tras 30 años de abandono», que como era de presagiar atribuye al PP. Al margen de lo impúdico de buscar rédito político en la miseria de un barrio desesperado, debería saber la candidata del puño y la rosa que si algo ha tenido este oprobioso ejemplo de dejación de funciones institucional es el don de la transversalidad. Cuando los vecinos se lanzaron por primera vez a la calle, Rita Barberá llevaba tres meses en la alcaldía, y salvo que creamos que aquel arranque de ira popular fue el fruto de una mala digestión, cientos de personas que amanecen un día con el pie torcido, alguna responsabilidad tendría Clementina Ródenas, por no rebobinar más la cinta; al margen de que la carga policial de aquel infausto 7 de octubre de 1991, imprudente y desmedida, la ordenó el delegado de un Gobierno socialista, Francisco Granados, y el presidente de la Generalitat a quien los vecinos acorralaron en el Ateneo Marítimo no era Zaplana sino Lerma. Pero compremos su relato: los narcos que operaban en las Casitas Rosa antes del estallido ciudadano venían del futuro como los 'terminator' de James Cameron, los mandaba Barberá, y por tanto son 30 años, ni uno más ni uno menos, los que laceran el barrio marinero. Pues en tal caso repase sus cuentas antes de expedir la factura, vicealcaldesa, ya que de esas tres décadas casi una la tiene a usted de copiloto, aunque admito la dificultad de prevenir tales deslices cuando se gobierna en modo oposición. El desastre de la Malvarrosa nació de las brasas que alimentó el PSPV. Si el PP hizo algo por paliarlo fue porque le pilló recién llegado, para evitar que le metieran las cacerolas hasta la cocina del ayuntamiento y ante el temor a que al ensayo del 'pacto del pollo' se le agriara la primera salsa. Sólo por eso, pues apagados los gritos y desvanecido el espejismo de la Copa América los políticos se largaron sin retirar siquiera la alfombra roja, pisoteada por el mercader de la muerte en su gozosa vuelta a casa. Ahora, tras siete años de gobierno de progreso, seguimos igual, todo pachorra sin sacar la piqueta, pagando estudios para concluir lo obvio, engarzando promesas..., y deconstruyendo el pasado, que dice el CIS que el joven vota a la izquierda y su fuerte no es la memoria. Pero para eso estamos los viejos, para recordar. Metan unos y otros sus siglas en una botella y láncenla al mar. Ya se sabe quiénes suelen escribir la historia, sólo que en el caso de la Malvarrosa no hay vencedores que empuñen la pluma, sino un único derrotado, abandonado a su suerte, agarrado a una pancarta.
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