Ya no hay botellón, tía, ahora los botellones se hacen en casa. Se lo cuenta a su amiga la chica del asiento de enfrente poco antes de que una horda irrumpa por la boca del gusano y la desmienta. Tráfico de vasos y botellas, barra ... libre, goteros ambulantes. Llevo tónica, Fanta limón y ginebra, grita una voz desde el fondo del vagón con el oficio de aquellos viejos lateros de Mestalla. Escuchimizado y pálido, se desparrama a mi lado un tipo con los ojos vueltos. Tanto sitio libre y me escoge, qué honor. Soporto estoico el hedor de la primera oleada, habrá sido un lapsus. A la segunda emigro, antes de que el traqueteo del metro le revuelva el estómago lo justo para arrepentirme. Veo a unos críos y allá voy. Me condeno a su sobredosis de Instagram, pero entre ellos adivino menos riesgo de sobresalto gástrico. Ni rastro de reguetón, ya es un progreso. 'Efectiviwonder', lanza a una guiri un adolescente vintage en tosco ritual de apareamiento. Sonríe ella sin entender nada. La barrera idiomática le libra de quedar como un hortera. Supongo que al verme alucinan ellos tanto como yo, un cincuentón infiltrado en su fiesta en plena Nit del Foc con 'La bestia' de Carmen Mola al regazo y cara de regresar del trabajo, perdido cual seminarista en la pista pachanguera de Bananas. A ver si hay suerte, pienso, y alguna verbenita aligera el pasaje. Vana esperanza; bajan de seis en seis, suben de diez en diez. ¿Qué es esto? Una desconocida me posa su cabeza en el hombro. Sobrevaloro mi poder de seducción hasta descubrir que la bella sólo duerme y yo garantizo su verticalidad. Mientras trato de estar a la altura, descubro en mi otro flanco a una mujer madura envuelta en pieles, perfumada como un ambientador de mecha. En un pestañeo se arrodilla ante el tipo lívido que ahora aparece enfrente y su actitud me pone sobre aviso. Cariño, le dice, si te encuentras mal échalo, y por reflejos me anticipo al obediente fulano, que se viene arriba y alumbra el primer rocío de la primavera. Mira que lo siento por la chica de la cabezada, a la que vilmente sacrifico para salvar mi segunda bola de partido; en la superficie hay un mundo en guerra y pandemia en sesión continua, pero lo de aquí abajo empieza a ser periodismo de trincheras. Y eso que aún quedan por desfilar el tipo que abre el paraguas y baila agarrado a la barra como Gene Kelly. El que lo jalea con risa de hiena histérica. El pollo-bafle que arranca berridos a Spotify, a quien con gusto explicaría que entre la Orquesta Topolino y esos alaridos existe un término medio. Y claro, tenía que ocurrir, el disciplinado cuerpo de torturadores del reguetón, siempre fiel a sus citas. Si quieren que me deje el coche en casa ábranme 24 horas el metro durante todo el año..., excepto en Fallas.

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