Hojas de reclamación al destino
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Pienso a menudo en lo aleatoria que es la vida, en las oportunidades que se nos brindan o se nos niegan por cuestiones que no ... podemos controlar, en cómo el lugar o la familia en donde nacemos nos condiciona durante años, en lo que nuestro aspecto físico dice de nosotros sin que podamos rebatirlo.
Me pregunto a menudo, mientras viajo a casa para reencontrarme con los míos, en qué manera ha influido el entorno y la ciudad en la que me crié, en lo que habría pasado si hubiera nacido a kilómetros de allí, o simplemente dos calles más allá. No se necesitan enormes distancias para cambiarlo todo. Me sorprendo ahora a veces, al pensar en todo esto, cuando observo a mi hijo, y me planteo si habrá tenido suerte o no, en si se sentirá afortunado algún día por algo que en realidad es tan fortuito. Y me respondo, cómo no, que ojalá sí. El devenir, eso que llaman destino y a algunos les gusta pintarlo épico, es demasiado frágil.
Ha sido imposible no volver a estos pensamientos, que en realidad no llevan a ninguna parte y no proporcionan confort alguno, después de conocer la historia de las dos niñas de Logroño, las que fueron intercambiadas en sus incubadoras del hospital San Millán en 2002. Ese azar, que clasificábamos como propio de películas de sobremesa o protagonizadas por Meg Ryan, rescribe las historias y modifica futuros. Y poco podemos hacer ante esto aunque nos empeñemos.
No soy capaz de imaginar el vértigo que supone enfrentarte a esta realidad, la de cuestiones que deben de brotar sin lograr detenerlas, la impotencia que se apodera y no afloja. Porque si las preguntas y las reflexiones nos surgen en condiciones poco paranormales es inevitable que se multipliquen ante un suceso tan extraordinario como el que hemos conocido gracias a la prensa riojana.
Aquella noche de 2002 no estaba señalada para ser recordada por nada especial, no al menos en lo que se refiere a la actividad en la Unidad de Neonatos, que discurriría, digo yo, con normalidad. Con la extraña normalidad que deparan esos espacios en los que todo lo que ocurre es tan vulnerable. Y, sin embargo, un error humano alteró lo que les iba a suceder a aquellas criaturas en los años venideros. Y fue determinante. Cómo no lo iba a ser. De lo contrario no habría salido a la luz casi veinte años después.
Por norma general no existen hojas de reclamaciones para protestar por el hogar en el que hemos crecido, por los padres que nos han correspondido, por las decisiones que tomaron por nosotros y que nos han hecho ser como somos. Una vez somos conscientes solo nos queda huir de todo eso -si nos desagrada- o alegrarnos por las cartas que nos repartieron. En el caso de Logroño, a modo excepcional, si se podrá reclamar, aunque ninguna compensación reparará lo sucedido. No borrará las preguntas, ni las dudas, ni los temores.
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