![El hombre que cuenta rebrotes](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202006/22/media/cortadas/provincias-6%20junio%2020-klhF-U110582527388FTB-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Termina el estado de alarma, 99 días ha durado. Empieza otra partida. Diferente. Se reparten nuevas cartas y Pedro Sánchez, ayer, enseñó las suyas: pidió unidad en la reconstrucción económica (o sea, que la oposición se calle) y auguró que esta vez no pasará como en 2008; no habrá paro, ni ajustes, ni sufrimiento, porque las cosas han cambiado mucho en Europa. ¡Claro!, para empezar, en 2008 él no era presidente del Gobierno. Donde va a parar, ¿alguien necesita un argumento mejor? Pues tiene otros, igual de sólidos. Si algo lleva demostrado es que sabe sobrevivir saltando de oca a oca mientras de Carmen Calvo para abajo todos los suyos le siguen el juego.
Porque esto se ha vuelto, en efecto, un juego diabólico. Sánchez hasta ahora sale vivo de la crisis vírica, supera las caceroladas controlando el discurso mayoritario y de los cuatro jinetes de la pandemia es el que mejor entiende que la vida política hoy está a medio camino entre un plató y el casino. Puro juego. Apuestas, faroles, tuits, cartas mal repartidas, astucia, desplantes y suerte. Se vence cuando el otro pierde. Se llega al poder con la caída del contrario, por sus errores, por su desgaste. El poder se entrega, no se gana por uno mismo, salvo ayudando a derribar al adversario. Le pasó a Zapatero gracias al 11M, le pasó a Rajoy con la crisis económica y también a Sánchez con la sentencia del caso Gürtel. Así también escalaron Podemos, Ciudadanos y Vox. El poder regalado por el descrédito del predecesor. Nada indica que ahora vaya a ser distinto. La única oportunidad de Casado está en la equivocación de Sánchez. La única oportunidad de Abascal se halla en la equivocación de Casado. Rivera en cambio se equivocó antes que Casado y por eso ya no está. Rivera se cayó del juego, los cuatro jugadores ahora son tres; tres porque el nuevo número cuatro (Abascal) todavía no está del todo dentro de la partida.
Sánchez sigue por delante, la verdad. Ya veremos hasta cuándo. Pero es que Sánchez se mueve en su elemento natural. Es un jugador de órdagos, derribado y levantado sucesivas veces. Obtuvo la secretaría general del PSOE contra pronóstico, fue ajusticiado después por los barones socialistas y sin embargo logró rehacerse, empezar de cero, reconstruirse y recuperar el trono perdido. Ahí desapareció el Partido Socialista. Todo se volvió móvil. Difuminados los principios y los límites, el partido quedó subordinado a la conquista del poder, una conquista personal, de Sánchez. Su principal consejero es un publicista y Felipe González milita en otra galaxia. No hay límites. Sánchez juega siempre a varias manos, con ERC y Ciudadanos al mismo tiempo, con Podemos o sin Podemos, hasta lo intenta con el PP. Es, de lejos, el jugador más apto porque es el más ludópata. Mientras le salga bien. Por eso la partida tiene a Pablo Casado en posición subalterna o dependiente, esperando que caiga la fruta madura, en el fondo la vieja doctrina arriolista. El PP se aferra a un dictado, que los españoles volverán a pedirles solucionar los problemas si esto se hunde, como siempre; pero ¿y si esto no se hunde? Lo de Santiago Abascal es más inestable. Está situado al mismo tiempo en la posición táctica de Iglesias de hace cuatro años, desafiar y denunciar al sistema dominante, y en la de Albert Rivera de hace dos, desplazar al PP como principal referencia de la derecha. Tendrá que superarlo, ambas posiciones son irreales, pero como en el Congreso los demás no quieren repartirle cartas no tiene más remedio que exhibir su fuerza fuera, en la calle. El verdadero peligro sigue estando en Pablo Iglesias, el único para el que esto no es sólo una partida, ni un partido, o una competición. El único que no sólo quiere acceder al poder por el poder mismo, sino para además cambiar las cosas, alterar la realidad, las bases del consenso, según su radical comprensión del mundo. Por eso unas veces se presta al juego, otras protesta, enreda, sermonea, culpa a la banca o esconde cartas marcadas, pero si hace falta también se va de la partida con un puñetazo y gritando que todo es un escándalo, un escándalo, «he descubierto que aquí se juega».
Nunca sabemos cuándo Sánchez amaga o va de veras ya que, en realidad, nunca va de veras. Juega siempre al momento. Ve perfectamente lo que no reconoció en su discurso de ayer: que viene un otoño caliente, feo. Pero está acostumbrado al alambre, a la incertidumbre, a salir del paso. A esta hora, Iván Redondo tiene en la cabeza el recuento de los amenazantes rebrotes del próximo otoño, virus aparte. ¿Cuánto se va a recalentar España después del verano? Mucho. Asegura el presidente que no vamos a repetir el escenario de hace una década, pero las entidades independientes nos sitúan en el tren de cola de la UE: seis millones de parados, una caída del PIB del 14% y una recesión larga. Uno de cada cuatro autónomos y comerciantes teme quebrar pronto. La aprobación de las ayudas europeas se retrasa otro mes. Podemos no quiere extender los Erte más allá de septiembre pero accederá cuando comprenda que cuanto más se alarguen los Erte más tardarán en llegar los Ere. El Gobierno intenta aplacar la calle, la ira del descontento, con la renta básica, pero quedan más puntos de fuga: las residencias. Se van a amontonar y con razón las demandas de las familias de los fallecidos. Las residencias, con seguridad, acabarán siendo el mayor escándalo de la pandemia; miles de personas mayores han muerto cuando todavía no les tocaba sólo porque no pudieron ser trasladadas a los hospitales para recibir atención médica. Aquí radica el gran fracaso de esta crisis, un fracaso humanitario. La competencia directa de esta tragedia es de las comunidades autónomas (todas, no sólo Madrid) pero veremos si los tribunales no ven también una responsabilidad compartida en el mando único de Sánchez e Iglesias. El sector sanitario, tan desprotegido, también puede estallar. Los brotes y rebrotes otoñales se presentan diversos e inciertos. La partida sigue.
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