Mónica Oltra puede presumir de ser valiente. Llegó al Consell y, lejos de esconderse, asumió las competencias de lo que antes se llamaba Bienestar Social con materias que no dan votos, pero sí numerosos problemas. Además, a estos cometidos le sumó la portavocía del Consell. ... Relevancia, la máxima. Desgaste, más que cualquier otro miembro del Ejecutivo. Puso todas las fichas sobre la mesa en un riesgo quizá innecesario. En la tormenta perfecta en la que vive permanentemente desde hace un par de años coinciden otros factores nada desdeñables. Por un lado, su agresividad en la vida política. Oltra ha sido una política terriblemente dura en el fondo –necesario– pero también en las formas –discutible–. Sus críticas a la corrupción y sus camisetas, especialmente aquella de 'Se busca a Camps', han hecho que lejos de encontrar ahora cierta compasión de sus rivales políticos, la acidez de los mensajes se haya multiplicado. Rompió las reglas no escritas de la política valenciana. Le cogieron la matrícula.
La condena de cinco años de cárcel a su exmarido por abusos ha supuesto, en líneas generales, un desgaste sin precedentes en su figura. Existe, además, una doble vertiente. Por un lado, la política, con acusaciones directas y la inevitable exposición de parte de la privacidad de toda una vicepresidenta en la esfera pública. Un hecho hasta la fecha inédito en el panorama autonómico. Pero a esa situación también hay que añadir el plano personal, el drama de una madre que se ha visto en una delicada situación. Y en ese escenario, con dos pilares tan deteriorados, son muchos quienes se preguntan: ¿Cómo puede aguantar Mónica Oltra? Las respuestas abarcan un amplio espectro de motivaciones. Hay quien insiste en que se encuentra muy fuerte. Otros hablan de una líder realmente tocada.
La consellera decidió seguir adelante tras la condena a su expareja. Dijo que asumía responsabilidades sin que dos años después el lector haya descifrado qué significa eso. La vicepresidenta primero respondió que aquello era un ataque por ser mujer, un intento de culparla a ella. Alguien debió decirle que ese no era el camino. Acertadamente rectificó. Luego atacó la sentencia de la Audiencia, ratificada por el TSJ, porque se excedía al hacer juicios de valor de la actuación de la conselleria, que no era parte en el proceso. Eso es cierto. Sólo un fallo durante la instrucción, reconocido en parte durante el juicio, evitó que la Administración se sentara en el banquillo como responsable civil por estos episodios.
La condena de cinco años de cárcel, pendiente todavía del Tribunal Supremo, recogía severos reproches a la actuación de la Conselleria de Igualdad. Y esto ha abierto una nueva vertiente judicial, la investigación acerca de si cargos del departamento trataron de esconder –con o sin el conocimiento de Oltra– estos abusos. El procedimiento fue anómalo. Ahora se trata de aclarar si aquella «instrucción paralela» que 'durmió' años en un cajón y que desacreditaba a la víctima fue delictiva. Seis cargos han sido ya imputados. La 'presión' sobre la vicepresidenta continuará en las próximas semanas. Las declaraciones judiciales de los responsables, los «no me acuerdo» o «no lo sé» si son constantes, no contribuirán a aliviar las sospechas. El objetivo de las acusaciones, la menor víctima de los abusos y una ONG dirigida por la fundadora de Vox Cristina Seguí, es llevarla directamente al TSJ. Una posibilidad hoy remota, pero no imposible.
La vicepresidenta optó en su defensa política por hacer bloque, una muralla de contención. Sin dimisiones ni apenas autocríticas. La política y la sociedad, en casos como este, suelen demandar algún cese. Qué diferencia con su compañera de Agricultura, Mireia Mollà, a la hora de frenar las consecuencias por el proyecto fallido de los burros en el Desert de les Palmes.
Otro latigazo del pasado sacude también la gestión actual de Oltra. Esta semana se difundió que el TSJ había anulado la multa impuesta a un centro de Segorbe, gestionado por una congregación religiosa, por incumplir los plazos administrativos. Lo que debió cerrarse en tres meses no fue posible. Una gestión errante que deja sin efecto una multa, y el cierre de unas instalaciones tras supuestamente hallar la Inspección graves deficiencias. Pero es que, a continuación, Oltra acusó desde Les Corts a un monitor de abusos sexuales. El hombre terminó absuelto. Llueve sobre mojado porque el TSJ ya había anulado el traslado de los menores de esas dependencias por haberse ejecutado al margen de la ley. El desbarajuste continúa porque el pasado viernes Oltra dijo que la Abogacía de la Generalitat no había recibido el primero de los fallos, cuando existe constancia de que sí se comunicó. Los líos de la Administración.
En el PSPV, en público, evitan la crítica. Pero nadie duda que si cualquier otro conseller –PSPV o incluso de la etapa del PP– tuviera sobre su mesa una sentencia de este calado ya habría dejado la política. Y eso casi como mal menor. Pero los apuros de Puig con las irregularidades de su hermano han fraguado una alianza de silencio entre los dos grandes bloques del Botánico. Y mientras Oltra juega a ser parte de ese proyecto nacional que comanda la ministra Yolanda Díaz. Veremos cuál resulta ser su apuesta. Oltra avanza de la mano de la mayor de las incertidumbres.
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