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Cuando a final de mes te aparece el ingreso de nómina en cuenta pase lo que pase, es fácil abrir la boca y recomendar el cierre del comercio o el confinamiento total. Me refiero a todos esos profesores de universidad, médicos especialistas de la sanidad pública o políticos que salen a la palestra cuando les ofrecen un hueco en televisión y claman el cierre total. Les importa un carajo cómo podrán pagar los gastos y las nóminas, todos aquellos empresarios obligados a echar el cierre. Porque a éstos, les pagan su nómina con cierre o sin cierre.
Entramos en la dicotomía de si tomamos decisiones en defensa de la salud o del trabajo. «Con los datos que tenemos es urgente tomar medidas urgentes y necesarias: confinamiento total». El argumento más fácil, recurrente y repetido cuando suben los casos de contagios. El gran problema es que la pandemia nos lleva siempre la delantera y en ninguna ocasión han tomado decisiones con previsión a lo que sabíamos que iba a pasar, como sucedió en Navidad. La situación se nos ha ido de las manos y ya parece incontrolable. El número de contagios y de muertos son mucho peores que en el inicio de la pandemia cuando nos confinaron a domicilio. La solución es compleja, difícil y apuesto que va a durar bastante más de los 15 días que anuncia el Consell.
La medida del cierre total de la hostelería es dura en comparación a otros sectores. Si los contagios están en la hostelería o en los gimnasios ¿qué pasa entonces en el metro, el tren, en el autobús o en la cabalgata de Reyes de Valencia? Vamos de camino al año de pandemia y las incoherencias en muchas de las decisiones tomadas son parte de nuestro día a día. Decisiones tomadas por intereses políticos de quienes nos gobiernan, que en la mayoría de casos van unidas al desconocimiento total de su fundamento. La decisión del cierre total de la hostelería es una mezcla de ambas, una sentencia a muerte para un sector que a todas luces ha sido ejemplo de cómo adaptarse a las normas de una manera profesional. Esta medida parece dejar entrever, una vez más, que los hosteleros son criminales que ayudan a que la pandemia se haga más fuerte, y, ¿nada tienen que ver los desfases de esta Navidad ni las irresponsabilidades de unos cuantos que siguen contagiándose en el ámbito familiar, creyendo que las casas son los bares del barrio?
Nos pilla a todos fuera de juego con desánimo, cierta depresión anímica y con pocas ganas de nada, en una situación en la que cualquier medida que se aplique en este momento va a caer como un jarro de agua fría.
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