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Entre el miedo pandémico que nos inoculan las televisiones y los brotes en más de media España, hemos superado sin mayor sorpresa las citas electorales del País Vasco y Galicia. En esta última comunidad, me ha llamado tremendamente la atención un pequeño detalle de la campaña que ha realizado Núñez Feijóo: el logo del PP. Reducido, minúsculo, casi insignificante. El equipo de quien se ha vuelto a proclamar por cuarta vez presidente de la Xunta, decidió poner distancia con el valor de la marca de su partido para priorizar la marca personal del propio Núñez Feijóo. El logo del PP se minimizó para evitar el valor negativo de una marca que arrastra desde hace años una mala gestión, en definitiva, una mala imagen para la percepción subjetiva del votante. Esto quiere decir que la asociación que el consumidor/votante hace de la marca del PP no consigue satisfacer las necesidades y expectativas proyectadas. Recuerdo que por el año 2016 la propia Isabel Bonig, presidenta del PPCV, se planteó cambiar el nombre y las siglas al partido cuando se dispararon los casos de corrupción entre los populares. Núñez Feijóo ha optado por vender su experiencia, su estilo, su conocimiento, es decir, ha vendido su marca personal, comunicando y transmitiendo positivamente la gestión de los últimos años.
Fernando Giner, Joan Ribó, Sandra Gómez o María José Catalá son gente que pertenece a la política local valenciana. Esta última, salió como presidenta del PP de Valencia ciudad, en el congreso de este pasado fin de semana. La que está llamada a ser alcaldesa de Valencia tiene claro que el voto al PP en la ciudad del Turia pasa por fortalecer su marca personal a base de patearse las calles de la capital de la Comunitat. Inteligente estrategia frente a la realidad perdida del actual alcalde, Ribó, desaparecido en combate desde el inicio de la pandemia. Le quedan tres años de gobierno desganado, con poco deseo de activar una ciudad que demanda proyectos de calado. Ribó, en términos comerciales, esta amortizado. No solo no cumple con las promesas que anuncia, sino que además bloquea y torpedea todo lo que suponga progreso y riqueza para la ciudad. Lejos de aparentar motivación, empatía o ilusión, el alcalde Ribó además de estar desaparecido, aparenta cansancio y pasotismo. Detrás de cualquier organización o institución por muy grande que sea, lo que quedan son las personas y en el caso del alcalde, el valor de su marca personal puede hundir las expectativas de Compromís. El camino es largo, la situación que vivimos es incierta y algunos ya se empiezan a deshinchar.
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