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La España de las autonomías fue el resultado de la evolución pacífica y negociada de un Estado dictatorial y centralista a uno democrático y descentralizado en el que, además, se intentaban encauzar las históricas reivindicaciones de los catalanes y sobre todo de los vascos en unos momentos terribles en los que la banda terrorista ETA asesinaba prácticamente todas las semanas. La degradación posterior del modelo ya la conocemos y vemos a dónde nos ha llevado, a un callejón sin salida en el que la gobernabilidad de España se hace depender de quienes no creen en ella, odian lo que representa y cada día luchan denodadamente por destruirla. Podemos analizar si la culpa fue de los padres de la Constitución, de unos legisladores que no dejaron bien atada toda la estructura territorial y competencial, lo que dio lugar, primero, al café para todos, y, segundo, al mercadeo de cesiones del Gobierno central a cambio de votos en el Congreso. Cabe incluso preguntarse si la descentralización administrativa que se buscaba precisaba de órganos legislativos que una vez constituidos tienen que justificar su existencia con una creciente actividad que da lugar a un exceso de normas, un atracón de leyes y un ansia de regular y fiscalizar todos los aspectos de la vida y la actividad de los ciudadanos españoles. De lo que no cabe duda es de que el instrumento ideado por la Carta Magna para construir un Estado más eficaz, plural, diverso y hasta cierto punto lógico ha sido empleado justamente para lo contrario, como ese cuchillo que lo mismo puede servir para preparar una suculenta comida de Navidad que para herir o matar a una persona tras la cena de Nochebuena. Las herramientas puestas a disposición de los gobernantes autonómicos son utilizadas a diario para levantar poco a poco estructuras nacionales propias, que es lo que con toda la paciencia del mundo hizo el nacionalismo pujolista en Cataluña desde 1980. O para excitar la identidad propia, lo local, mientras se oculta y a veces hasta se niega la compartida, la española. Ejemplos los encontramos en todas las autonomías, incluso en aquellas en las que la inmensa mayoría de sus ciudadanos no pone en cuestión la unidad de España. Llegados a este punto, pretender solucionar el conflicto catalán mediante una fórmula que reconoce que Cataluña es una nación y España un Estado plurinacional no es más que una manera de tratar de quitarse el problema de encima como sea sin caer en la cuenta de que se está insistiendo en el error y de que con esta concesión del Estado los nacionalistas/separatistas (que al final resultan ser todos) tendrán la cobertura jurídica para reclamar la autodeterminación de sus territorios. Y para, al fin, alcanzar la independencia gracias a una ciudadanía aleccionada desde la escuela.
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