Para la izquierda valenciana, la salvación nacional siempre viene del norte, siempre. Y el último en salvarnos ha sido el secretario general del PSC, Miquel Iceta, que ha soltado a los cuatro vientos que «Valencia es una nación». Ni Mónica Oltra se ha atrevido a tanto, ni Enric Morera, que seguramente lo piensa. Nadie, ni siquiera Vicent Soler, que lo siente. Cada vez está más claro que el político valenciano que se arrima al fuego catalán, acaba ardiendo. Y si no se quema, queda para monigote de feria. Por eso, Ximo Puig, que seguramente también tiene claro para sí que Valencia es una nación, tampoco ha abierto la boca. Para no comprometerse, parapetándose en la formidable protección de la mayoría mediática gubernamental, que le proporciona un blindaje a prueba de icetas. La toxicidad de la política catalana resulta extrema. Dice Iceta que ha contado nueve naciones en España, nueve, confundiendo naciones con esencialismo periférico. Iceta trastoca Sevilla con Andalucía y no sabe hasta qué punto un granadino, un algecireño o un jienense disiente del centralismo bético. Tampoco sabe que existe una Navarra del norte y una Navarra del sur. Que en Baleares o en Canarias cada isla es una patria. Que en Galicia la nación es tu aldea y en Aragón todo se lo come Zaragoza frente a los inmensos páramos despoblados. Que Álava nunca entrará al trapo independentista vasco y que Cataluña es una nación rota en dos mitades y con una de ellas en pie de guerra. Iceta no reconoce nación ni reino a Asturias, León, Murcia, el Albarracín o Dénia, que lo fueron de hecho y de derecho durante siglos, algo que ni remotamente logró el territorio catalán. Y pese a la mayoría mediática gubernamental que le arropa, Puig tendrá que aclarar públicamente si en efecto Valencia es una nación o Iceta un tipo sin escrúpulos que saca ventaja de meter a todo el mundo en el caos constitucionalista. Pero si Valencia es una nación conforme al canon catalanonacionalista, habrá que ver cómo se encaja ahí dentro Elche, Benidorm, Alicante, Requena, Orihuela o Sagunto. Y deberían decirnos Iceta y Puig qué es entonces España, puesto que no es una nación. Puesto que nacionalidad y nación son lo mismo, pero nación y nación de naciones son órganos diferentes. Y deberían aclararnos cuáles son las otras 'nación de naciones' que existen en el mundo. Y qué es lo que hace de más o de menos a España con respecto a Alemania, Italia, Francia o Suecia para que éstas sean naciones y España no alcance ese estatus. No podrán decir mucho, porque todo es una inmensa patraña, alimentada con dinero público desde hace décadas por los poderes autonómicos.
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Puig está obligado a rectificar a Iceta, o a avalarlo si se atreve. En vez de repetir su juego de enseñar sólo la patita. Lo hizo el día de la Constitución, la misma jornada en que se quemaron ejemplares de la carta magna en Cataluña y se boicoteó un acto de homenaje en el País Vasco. Puig aprovechó para pedir que el estado de las autonomías dé paso a un estado federal, que resulta tan anticonstitucional como lo que pide Vox en sentido inverso: que el estado de las autonomías dé paso a un estado centralista. Lo mismo. Dicen los ximistas que en realidad España ya es de facto un estado federal, lo que obliga a responder que si ya lo es 1) para qué hace falta tocar nada y abrir conflictos, y 2) si ya lo es demuestra que no es la solución puesto que no resuelve las ansias de los nacionalistas. Pero lo fundamental es la enseñanza del pasado; un estado federal empuja a todas las autonomías a una inercia de extrañamiento involuntario mientras que no satisface a los separatistas. Lejos de arreglar el problema, lo agrava, le da nuevo combustible a los independentistas y quizá se trate de eso, de una treta para seguir abonando el problema territorial. Saquemos cuanto antes al Molt Honorable President de su ensoñación: un estado federal en el caso de España conduce irreversiblemente a la cantonalización. Llegará un día en que un listillo haga carrera política desde su ciudad o municipio enfrentándose al poder autonómico, levantando la bandera local frente al dominio de la capital autonómica o como se haga llamar. Y saldrá ganando el político local.
Desde Jordi Pujol, todos los presidentes autonómicos de todas las partes sufren cierta querencia imperial, creacionista. Se arropan en la bandera y el oropel, unos con la cruz a lo Camps, otros bonapartistas como Rodríguez Ibarra. Los he visto enfadarse por las cosas más peregrinas o presuntuosas. Se lleva la palma uno que en Sevilla nos desconcertó: «no tolero que al presidente de todos los andaluces se le llame cagón, eso es inadmisible». Ebrio de poder, no imaginaba mayor descalificación. Se lo trasladé a mi director: «oye, a este lo que le ha dolido más es que Teo haya escrito una tontería, que es un cagón». Nunca más lo volví a ver de la misma manera, se le puso cara de cagón. En el caso de la Comunitat, la mayor tentación pasa por subirse al caballo de Jaume I. Levitar. Cabalgar por la historia hacia atrás. Conducir al buen pueblo valenciano. César o nada. Hacer el bobo, en definitiva, porque el liderazgo contemporáneo nada tiene que ver con esas caricaturas sino con resolver los problemas del presente, ni siquiera Franco se creyó nunca un trasunto con espadón del burócrata Felipe II (mucho menos del padre emperador y guerrero). Beber de las fuentes del pasado, colectivas, y llevarlas consigo es una cosa y somatizarlas, otra bien distinta. Pero por ese pozo se fue Paco Camps con todos sus problemas y por la misma pendiente se deja llevar Ximo Puig con harta facilidad; es una forma de escape. Por razones muy distintas, pero igual de injustificables, ambos practican el «reina, pero no gobierna».
Y es, por cierto, la forma más cómoda de instalarse en el poder. Que la consellera de Medio Ambiente pide una nueva declaración de impacto ambiental para el Puerto, me hago el sordo. Que Ford me lanza un mensaje peligroso, como si no lo oyera. Que mis socios boicotean la ampliación de la V21 que yo he solicitado, no digo nada. Que los aliados me exigen más cargos públicos, ah, esto es fácil, duplico la nómina de paniaguados. Que la oposición me pide una comisión de investigación por las andanzas de mi hermano, pues lo impedimos en Les Corts y a cambio yo bloqueo otra comisión de investigación sobre el papel de la conselleria de Mónica Oltra en el caso de su exmarido. Que todo se pone cuesta arriba, pues dejo de ir a las sesiones de control parlamentaria y arreglado. Que me dicen que todo está paralizado, que el Botànic II no funciona, pues leo la prensa gubernamental y me demuestran que no es cierto. O me reúno con los grupos de presión, con las patronales, con los representantes económicos locales, y en efecto me convencen de que lo estoy haciendo de cine, que soy el mejor y que Isabel Bonig no vale nada. (Postdata. Lo que no sabe el President Puig es que es lo mismo que le decían a sus predecesores y lo mismo que le dirán a Bonig llegado el caso).
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