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La iglesia de San Nicolás del Grao de Gandia

Un extraordinario legado formal, espacial y plástico fruto de la sensibilidad utópica de grandes creadores: Echegaray, Torroja, Nassio

JAVIER DOMÍNGUEZ RODRIGO

Viernes, 28 de agosto 2020, 09:17

El abandono, la especulación y el olvido han arruinado numerosos edificios representativos del movimiento moderno. Auténticas joyas de la arquitectura española diseñadas por maestros como Miguel Fisac, Luis Gutierrez Soto o Eduardo Torroja han desaparecido en las últimas décadas del siglo XX.

Aprender de los errores del pasado es esencial y de ahí la importancia de dotar de una adecuada figura jurídica de protección -Bien de Interés Cultural- a la iglesia de San Nicolás de Bari (1958-1962), incluida en el Docomomo Ibérico.

Proyectada por Gonzalo Echegaray, Eduardo Torroja y Joaquín Nadal, el conjunto parroquial que incluye un campanario exento, un claustro y una casa abadía se localiza en un privilegiado emplazamiento del puerto de la capital de La Safor.

El gran volumen del templo, de planta trapezoidal y con seis capillas del lado de la Epístola, emerge como un formidable cascarón modulado estructuralmente. Una secuencia de pórticos vistos de hormigón armado sustenta dos láminas autónomas que se separan para definir una rasgadura lateral a norte que caracteriza una sección transversal asimétrica iluminando cenitalmente el cuerpo principal.

La solución tanto del armazón central como de los testeros recuerda el frontón de Recoletos que Torroja diseña en 1935 con Secundino Zuazo. El potente ritmo de la retícula resistente compone la verdadera esencia expresiva y refuerza la claridad tipológica de un sobrio interior desprovisto de ornamentación.

La obra refleja la férrea voluntad de innovar proyectual y constructivamente que Torroja exhibe continuando el camino emprendido por el suizo Robert Maillart, el francés Eugène Freyssinet y el italiano Pier Luigi Neri con los que contribuye a un espectacular avance y perfeccionamiento del hormigón armado.

San Nicolás constituye una auténtica pieza icónica que destaca sobre un podio abierto al frente marítimo. Testimonio irrepetible de la edilicia de una época, ilustra el ansia de cambio y reformas auspiciado por las corrientes regeneradoras preconciliares en el seno de la iglesia, que buscan un 'aggiornamento' doctrinal.

Ese periodo pone en crisis la ancestral morfología del templo cristiano, cuestionando la funcionalidad, el papel y el significado de sus componentes más emblemáticos: presbiterio, altar, púlpito, ábside, coro, baptisterio,...

El agotamiento de la vía historicista hace que a partir de los 50 se ensayen nuevos modelos que llegan a España con retraso. Lejana queda la noción misticista medieval de la belleza como revelación divina. San Nicolás rechaza la literalidad de los esquemas tradicionales y concibe el espacio religioso buceando por las heterodoxas fuentes tipológicas que le ofrece la prolífica arquitectura sacra de la modernidad.

La opción experimental de Alejando de la Sota, las propuestas italianizantes de Francisco de Asís Cabrero o las elaboradas geometrías de Luis Moyá Blanco en la capilla del colegio del Pilar de Madrid dibujan en la escena nacional la renovada fisonomía del aperturismo oficial.

Paulatinamente se importan patrones exógenos de Asplund, Alvar Aalto,.. en cuyo credo organicista Fisac, tras su periplo nórdico, fundamenta su elegante caligrafía: piezas prefabricadas, vigas-hueso, superficies curvas,...

Mayor influencia despliega Sáenz de Oiza que, a su regreso de Estados Unidos, levanta el santuario mariano de Aránzazu y recibe el Premio Nacional de Arquitectura por Una Capilla en el Camino de Santiago, en colaboración con el escultor Jorge Oteiza.

En ese contexto San Nicolás incorpora a su excelencia arquitectónica un soberbio retablo cerámico obra de un genial artista, Nassio, que cuenta con la colaboración de Andrés Cillero Porque el mosaico para el altar mayor es una pieza magnífica de orfebrería narrativa, un auténtico lienzo espacial de bizcocho pigmentado que evoca la personal liturgia 'cósmica' de su autor.

El mural rotula con rigor la traza arquitectónica generando una sucesión de formas y planos con fidelidad a la simbología cuaternaria cristiana, en la que Nassio plasma su particular interpretación del Cosmos.

Toda la capilla anuncia un discurso bíblico cuyo programa iconográfico acuña la filigrana cerámica plagada de referencias astrológicas y zodiacales en alusión a los cuatro elementos, las cuatro virtudes cardinales, los cuatro ríos del Paraíso,...

De ellos se sirve Nassio para recrear su tetramorfos 'cosmoísta' inspirándose en la visión del profeta Ezequiel que anticipa la de los cuatro ángeles zoomorfos del Apocalipsis de San Juan, tomados de Oriente, que protegen al Pantocrátor.

El resultado es un soberbio tapiz cromático que transciende su primigenio carácter ritual, reforzando como en Ronchamp hace Le Corbusier, la representación analógica del barco de la salvación judeocristiana (Noé).

Resulta prioritario preservar la integridad de una obra de tanto interés y riqueza plástica. Pero además debe planificarse una actuación de regeneración paisajística en su entorno que ponga en valor uno de los ejemplos más notables de la arquitectura cristiana del siglo XX en la Comunidad Valenciana.

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