ILUSTRES

Los sueldos de nuestros políticos crecen a un ritmo distinto al de los ciudadanos. Además, lo hacen de forma disparatada. Por ejemplo, gana más el presidente de Les Corts que el de la Generalitat. Puig tiene más responsabilidad que los vicealcaldes Sandra Gómez o Sergi Campillo, pero el miedo a la opinión pública hace que cobre menos. Un sinsentido fruto de desmanes pasados.

Reconociendo que hay dirigentes que ingresan por debajo de lo que deberían y que otros merecerían un buen recorte, la realidad es que ellos siguen al margen de la ciudadanía. Esa que, en la mayoría de casos, no piensa en subidas del salario sino que suspira por mantenerlo. Quien lo tiene. El incremento del sueldo de los políticos puede ser anecdótico -o no-, pero que pase en un momento tan complejo es censurable. Y lo saben. Por eso, cuando se produjo al inicio de la pandemia un aumento del 2% del salario de sus señorías algunos lo maquillaron con donaciones a la lucha contra el Covid. Luego, lo dejaron correr. Veremos qué pasa ahora con los nuevos presupuestos.

Esos mismos políticos prometieron una paga adicional a nuestros sanitarios por el desgaste que ha supuesto la pandemia. La paga ha quedado en un plus -escaso, reconoce Puig-, que los propios sindicatos denuncian como discriminatorio e insuficiente. Un reconocimiento que acaba reducido a un gesto para limpiar conciencias que, además, no alivia el sobresfuerzo que ha hecho y hace el personal sanitario. Un contundente dato resume de qué hablamos: Este año ya han batallado en la UCI con la muerte para intentar salvar a casi 1.300 valencianos víctimas del virus.

Los sanitarios forman parte de esa gente por la que podemos sacar pecho porque son el verdadero músculo de la Comunitat. La verdadera fuerza de esta tierra que está por encima de la política y sus intereses. Son nuestros verdaderos ilustres. Algunos, como ellos, anónimos. Otros, no tanto. De hecho, abrimos la semana con un buen ejemplo. El pasado lunes se anunció que Francisco Brines era el nuevo premio Cervantes. El primer valenciano que lo lograba. «No soy nadador de aguas bravas», dijo, con su hilillo de voz, al preguntarle si irá a recogerlo el próximo año. Es cierto. Él bucea mejor en las aguas serenas del Mediterráneo. Su Oliva y su Valencia. Lo hace con esa honestidad que lo convierte en especial; en un orgullo para esta Comunitat que a veces no se quiere tanto como debe.

Dice Santiago Grisolía, otro ilustre de los que nos engrandecen: «los valencianos somos gente muy modesta y no nos gusta exagerar, a pesar de las Fallas». Nos tienen que abrir los ojos desde fuera para darnos cuenta de nuestra valía. Y no es chovinismo; es justicia. El galardón a Brines es un ejemplo de ello; pero los ocho premios nacionales que se han otorgado este año a valencianos también. Un orgullo, como lo es saber que un alcoyano llamado Jordi Bernàcer ha sido cinco años director de la Ópera de San Francisco; que un científico de Elche, Francisco Martínez Mojica, es un asiduo candidato al Nobel de Química; que Pablo Jarillo es el referente mundial en la investigación del grafeno; que un futbolista de Foios, Ferran Torres, es la nueva joya de la selección... O Lucía, de quien escribió Txema Rodríguez en este periódico la pasada semana; una niña de cinco años que ha vencido al cáncer en mitad de la pandemia y ahora sueña con que le crezca el pelo para pintárselo de colores. Ella, Grisolía, Brines, los sanitarios... son nuestra gente; nuestros ilustres. Quienes, de verdad, nos representan.

Domingo, 22 de noviembre. Santa Cecilia. Deseamos hacer sonar la marcha triunfal ante la pandemia. De momento, los músicos de la medicina afinan las vacunas.