Las últimas fotografías de la reina de Inglaterra en Balmoral son reveladoras. En una de ellas se ve a Isabel II a punto de estrechar ... la mano de la primera ministra: de frente la reina, consumida y diminuta; de espaldas, gigantesca, Liz Truss, la sucesora de Boris Johnson. Es una fotografía reciente, tomada dos días antes de emitirse el comunicado oficial que, horas antes de su muerte, anticipaba el desenlace: «Los médicos de la reina están preocupados por la salud de Su Majestad y recomiendan que permanezca bajo supervisión médica. La reina permanece confortable en Balmoral». No se puede decir más con menos palabras.
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La sutil combinación de 'preocupación' y 'confortable' levantó, como estaba previsto, las alarmas. El mensaje preparó a la nación sin estridencias en tiempo récord. Hay algo de irreal en la imagen. La reina está, pero no del todo. Parece a punto de desvanecerse en el aire mientras posa delante de una chimenea de piedra del color de su chaqueta. En el salón, clásico y confortable, la monarca encaja tan bien en el decorado que hay que hacer un esfuerzo visual para distinguirla y completarla. Sobre una mesa auxiliar, una lámpara desmesurada -todo en la fotografía, incluidos los sillones, parece de un tamaño desproporcionado- compite con la reina en dimensión y lozanía.
Es casi un insulto. La premier, vestida de negro, exuda tanta corporeidad que parece insertada con Photoshop. Vista en retrospectiva, la imagen lanza un mensaje tan claro como el comunicado. Ante la enorme chimenea de piedra, 48 horas antes de desvanecerse definitivamente, grita Isabel II, a los vientos, su fragilidad. Recuerda la reina a la pequeña protagonista de Alicia en el País de las Maravillas: al inicio del cuento cuando, tras beber la poción para encoger -todavía no le ha tomado la medida a los brebajes y alimentos mágicos-, nada en el charco de sus propias lágrimas.
La noticia estaba a la vista, pero nadie se dio cuenta. El Sombrerero loco de Downing Street, Boris Johnson, daba las claves en el mensaje que dirigió al parlamento y que le valió el aplauso de la oposición: «Pensábamos que era, de alguna manera, eterna».
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Ante el duelo universal por su muerte se han oído voces críticas e indignadas. Sin razón: ha sido el suyo un reinado de masas, consecuencia del extraordinario desarrollo de los medios de comunicación en los siglos XX y XXI y la fascinación por los Windsor. Mientras la soberanía formal daba signos de desgaste en la Commonwealth, la imagen de Isabel II -aupada por la televisión, el cine y las plataformas digitales- ha conquistado portadas alrededor del mundo.
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