La memoria es una voz, siempre lo será. Después de tanto cine, la imaginamos como una película, un pase de diapositivas, una vivencia repetida, fidedigna y llena de sensaciones, pero no, qué va. La memoria es una trampa. Seductora, presumida, exculpatoria. Eso, una voz interior. Recordar resulta fantasear. Con el amor, con la riqueza, con la desgracia..., todo recuerdo consiste siempre en una recreación, un argumento, un trampantojo. La memoria se parece a una hemeroteca a la que le faltan ejemplares. Por eso he agradecido tanto los extraordinarios reportajes que nuestro periódico dedica esta semana al 40 aniversario de la pantanada de Tous, porque mi memoria había sustituido la verdad de aquella noche apocalíptica por mis propios recuerdos, tan personales que se refieren sólo a lo que yo pasé.
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Nadie que haya vivido en Valencia en los ochenta olvida qué hizo la noche del 23-F cuando los tanques ocuparon la Gran Vía ni cómo siguió la escasa información que circulaba sobre el derrumbe de la presa de Tous, lo particular se antepone al acontecimiento. Yo empezaba Derecho, fumaba Marlboro, tenía un jersey amarillo de pico y me había mandado a paseo una vecina. Por el aguacero, no me decidí a ir a Mestalla a ver a Kempes de vuelta del River y las primeras noticias sobre el desastre se las escuché a José María García que, ante la falta de respuesta de las autoridades, consiguió entrevistar a un pastor que le contó lo que estaba ocurriendo. Al día siguiente, me embarqué con algunos compañeros de clase en un camión que se plantó ante la puerta de la facultad para reclutar espontáneos con brazos de ayudar y estuve varios días quitando barro en Alcira, y tal vez por eso, después, el Gobierno Civil me envió con los voluntarios obligados que hicieron una evaluación urgente de daños casa a casa, familia a familia, que, por lo visto, a nadie alivió. La UCD se descomponía al tiempo que el pantano. Para mí fue una semana de entrega que culminé votando a Felipe y asistiendo a la misa de Juan Pablo II en la Alameda. Se ve que me apuntaba a todo. Tenía 18 años.
El presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, despierto y en sueños ingeniero, colgó el teléfono al guardia civil que le comunicó lo que estaba sucediendo en Tous espetándole: «¡Las presas no se derrumban, merluzo!». Y así es la memoria: injusta, vanidosa, autoindulgente, clasista, Qué importa lo que recuerdes tú, merluzo. Importa el desastre que aconteció, y a relatarlo se dedica el buen periodismo y debería dedicarse la buena política. Y no digamos la literatura. La memoria es un espejo, no te mires.
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