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Cada vez que vemos imágenes de un botellón, como el de Alicante, donde decenas de jóvenes parecen vivir en una realidad paralela a la pandemia, escuchamos argumentos relacionados con las ganas de vivir la vida a tope. No hay duda de que la juventud es una etapa en la que todo parece inmutable y al mismo tiempo obliga a vivir como si fuera a acabarse. Es una rara contradicción propia del momento, como la necesidad de autoafirmación y, al mismo tiempo, copia de los 'influencers' de moda, característica de la adolescencia. Sin embargo, «no todos los jóvenes son así», se quejan los que tengo más cercanos. Es verdad. Como tampoco somos iguales todos los adultos o son idénticos todos los niños.
Hay jóvenes responsables que echan de menos ver a sus abuelos o ir de copas con los amigos mientras tienen que ver cómo otros no han dejado de hacerlo. Dicen los segundos, cuando les pregunta la televisión, que tienen «derecho a divertirse». Es cierto. Todos lo tenemos. La diferencia radica en que algunos han sido educados en la resistencia a la frustración y han aprendido a posponer las recompensas y otros, no. Los primeros son aquellos capaces de entender que ahora no pueden salir de fiesta y que lo harán en el futuro. No es que les apetezca menos; es que controlan sus deseos y tienen voluntad para sobreponerse a ellos. Les pasa también cuando tienen que estudiar y en Netflix acaban de estrenar la gran serie de la temporada. Tienen que vencer la tentación de dejar sus obligaciones a un lado y tumbarse en el sofá. Como todos, preferirían dedicarse al 'dolce far niente' pero saben que su prioridad en estos momentos es otra.
No es fácil disciplinarse en el contexto actual donde los divertimentos los tenemos en la palma de la mano a un solo clic. Pero estos jóvenes lo hacen soñando con el día en que terminen los exámenes y puedan, por fin, sumergirse en una historia estupenda, encadenando temporadas frente a la pantalla. O pensando dónde irán en cuanto la situación permita salir, bailar o ir de viaje. No es un problema de edad, dicen. Es cierto. Hay gente de cuarenta o sesenta incapaz de cambiar sus hábitos a pesar de la que está cayendo. Gente que tiene el valor de decirte «no hay que obsesionarse» cuando le pides que mantenga la distancia o no suba en el ascensor contigo. O «solo es una gripe», como decía a estas alturas una señora de sesenta y muchos en la sala de espera del veterinario. Hasta Whisky levantó las orejas al oírla. La inconsciencia no es cosa de la edad. Es más, la edad la hace imperdonable para quienes ya peinan canas.
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