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Los indiscretos hemos ganado el Princesa de Asturias

UNA PICA EN FLANDES ·

Domingo, 13 de junio 2021, 01:44

Yo no escribo columnas, lo mío es autoficción. Las columnas periodísticas no deben incluir jamás la primera persona del singular entre sus líneas y tampoco recordar anécdotas particulares, exageradas o reinterpretadas a conveniencia, y servidor cae regularmente en ambos vicios. Por eso, arrastro una legión de arúspices que cada semana se toman la molestia de conjeturar si las famosas escenas de sexo que me han convertido en leyenda literaria suceden en realidad, si he roto con mis propias manos las mandíbulas a bestias mitológicas o si es cierto que una de las veces que estuve retenido en Venezuela confundí a la ministra Delcy Rodríguez con una malandra y le solté veinte dólares de botín que aceptó feliz. Cientos de lectores (y lectoras) me leen como si mis artículos fueran el telediario sobre mí, rastreando indicios sobre mi estado de ánimo, mis ambiciones políticas o mi vida sentimental.

A Emmanuel Carrère, reciente premio Princesa de Asturias de las Letras, y a mí nos ocurre que para pensar nos salimos del marco; él del de sus depresiones y yo del de la depresión española. Hablar de ti mismo, aunque sea fantaseando acerca de tus peripecias, es la única forma de subjetividad aceptada por la presente inquisición política, racial, queer, indigenista... Si cuentas tu locura, como Carrère, o tu nostalgia, como yo, se te tolera decir cosas heteropatriarcales, eurocentristas o de derechas, tales como: me gusta que el príncipe despierte a la Bella Durmiente con un beso; o me opongo a que se corrija la Ilíada, que sus combates a muerte se tornen en Eurovisión y que se introduzca una Elena de Troya transgénero; o en las escuelas deberían ondear las banderas nacional y europea... La autoficción es la ventana por la que todavía se puede escapar de la cárcel del pensamiento único. Gracias a la autoficción, Javier Cercas, sin ir más lejos, triunfó con dos novelas sobre héroes del bando franquista que, de haberse presentado con un narrador omnisciente, habrían sido deshojadas en la plaza pública. Ya los indios perdonaban la vida a los vaqueros que se pasaban de chiflados.

El pobre Carrère ha sido demandado por su exmujer por desvelar intimidades en sus obras de autoficción. Supongo que será un cabreo que se puede arreglar con parte de los derechos de autor y del premio. En mi caso, que no cobro por escribir, si alguien se siente al descubierto por mis autoficciones no me cabe otra que sonreír y justificarme: en estos tiempos de uniformidad ideológica y acceso del móvil a nuestra vida privada, la autoindiscreción nos hace libres, al menos a mí.

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