Así ha quedado el bingo de Valencia arrasado por el incendio

Es posible que la sociedad necesite abrir un paréntesis de «tiempo sin tiempo». Como escribía Mario Benedetti en su poema, ese que te «sobra», por ejemplo, para «mirar un árbol». Porque en este siglo de estrés continuo todo sucede demasiado rápido. Detenerse dos minutos a ... leer y reflexionar es casi una rareza. Lo habitual es deglutir sin masticar la avalancha de contenidos audiovisuales que llega a través de los dispositivos electrónicos que 'nos hacen la vida más fácil'. Nuestras pupilas acaban exhaustas a lo largo del día ante la sobrecarga lumínica que deben procesar. Una prueba es que los casos de fatiga ocular son cada vez más comunes, incluso en los niños. Los propios especialistas admiten que esta situación se ha agravado por la pandemia. El auge de la tecnología denominada 'wearable' (que se lleva puesta como la ropa) se engancha a nuestro cuerpo y engancha a nuestra mente desbancando a objetos cotidianos como el despertador de toda la vida. Esta pieza, antaño tan común en las mesitas de noche, está a un paso de sumarse a la lista de reliquias decorativas vintage como ese teléfono de los setenta que ahora se puede comprar en Wallapop. La alarma tradicional no puede competir con el reloj inteligente que te anima a caminar 10.000 pasos y te felicita en cuanto completas satisfactoriamente tus anillos de colores, como si te estuvieras planteando ir a las Olimpiadas. En cualquier caso, eso no es nada comparado con lo que está por venir. Ya se diseñan dispositivos elásticos como tiritas adosados a la piel con muchas más aplicaciones que los actuales 'smartphones'.

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El primer mundo exige una interconectividad feroz que convierte a sus habitantes en adictos a las pantallas. Podemos mirarlas una media de cien veces al día. Resulta difícil escapar de ellas, aún proponiéndose el objetivo de ignorarlas, porque te reclaman constantemente con notificaciones de mensajes, e-mails, interacciones en redes sociales, promociones... Y no sólo hablamos del perfil personal. Porque en el ámbito profesional se han consolidado como herramientas de trabajo indispensables. El ciudadano medio recibe un desmesurado flujo de impactos casi imposible de procesar y sin filtros seguros para valorar y verificar contenidos. Lo primero provoca ansiedad y lo segundo convierte al usuario en carne de cañón para la propagación de fake news. Y así funciona diariamente la intoxicación por información o 'infoxicación'. Un síndrome o patología adscrita a la era digital. Quien lo padece lo sufre en silencio, posiblemente, sin percatarse porque las pantallas tienen ese papel paradójico de acercarnos y aislarnos a la vez. Ocho años después de Her, está claro que el retrato aparentemente futurista que presentaba Spike Jonze en su laureado largometraje no era tan distópico como intuíamos. Urge tomarse el momento necesario para «chapotear unas horas en la vida», como aconsejaba en sus versos el poeta uruguayo mucho antes de que internet invadiera de ruido nuestro tiempo.

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