Una parte del libro está dedicada a contar la lucha de Rhodes por conseguir en España una ley de protección al menor, cosa que se hizo realidad el pasado 14 de abril cuando el Congreso aprobó el Proyecto de Ley Orgánica de Protección integral a la infancia y a la adolescencia frente a la violencia, con 268 votos a favor (PSOE, PP y Podemos: la derecha y la izquierda, juntas en esta ocasión), 57 en contra (Vox y PNV) y 16 abstenciones. La implicación del pianista inglés para lograr esta pionera ley, llamada popularmente 'Ley Rhodes', fue obsesiva durante años.
«Llevo en España el tiempo suficiente para percibir tanto sus luces como sus sombras», afirma Rhodes. Pero su balance no es nada ambiguo: «España es un país maravilloso», asegura. Le conmueve la amabilidad de las gentes, admira su patrimonio cultural y paisajes, elogia el sistema sanitario y la puntualidad y velocidad del AVE, se enamoró de Madrid, Barcelona, Málaga, Valencia... Comparándolas con su ciudad natal dice algo tremendo: «Vivir en Londres es una lenta e inevitable caída hacia la locura». Describe Rhodes la gastronomía española de modo peculiar: «Descubrí en la tierra del Quijote una forma de comer que mejora la vida exponencialmente». Sostiene, con razón, que la paella valenciana «es la única de verdad», y propone inmortalizar la de Casa Carmela.
El libro está escrito de modo funcional y directo. La riqueza y sutilidad del idioma castellano es otro de los entusiasmos de Rhodes. Lástima que, en medio de tanto apasionamiento, caiga en la tentación populista de trufar continuamente sus comentarios con tacos que, al ser tan frecuentes, pierden su único valor, el de la espontaneidad y el desahogo.
«Almodóvar es un puto genio», asegura. «Le pregunté al presidente Sánchez qué hostias pasaba (con la Ley del Menor)». «Mi castellano era una auténtica mierda». «Nunca había tocado en el Liceu de Barcelona y por poco no me cagué encima de los nervios y la emoción». «Hostia puta, la nueva ley se iba a hacer realidad». «Las putas noticias de un día cualquiera». «Nadie sabía qué coño hacer». «Aquello era una soplapollez». «El puto planeta...».
Busco los brazos amorosos del Quijote, tan venerado por Rhodes, para comparar. Reproduzco una bella meditación del viejo hidalgo, llena de sinceridad: «Amor y deseo son dos cosas distintas; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama».
Imaginemos esa honda reflexión cervantina con el estilo del voluntarioso James Rhodes: «Amor y el deseo son dos cosas tan distintas que te cagas; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama, hostia puta».
Las cosas no mejoran en la literatura con la espontaneidad tabernaria. Los tacos son una soplapollez.
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