Urgente Junqueras anuncia el pacto con el Gobierno para condonar a Cataluña el 22% de la deuda autonómica

Desde que se confirmó la muerte de la pequeña Olivia, una corriente de dolor atraviesa todas las capas sociales. Es un escalofrío colectivo, un momento ... de verdad que tiene fecha de caducidad. Lo sabemos porque hace diez años desaparecían dos niños en Córdoba y no recordamos sus nombres. Ruth y José, los hijos de Ruth Ortiz. Su padre, José Bretón, cumple cárcel condenado por asesinato con premeditación. El sentimiento por la pérdida de los menores es puro. El mensaje, a veces, equívoco: «¿Qué culpa tendrán los niños?» Ninguna, tampoco ellas. Comparten la desgracia de tener un progenitor y una pareja sin valores, en una sociedad que no termina de hacer suyo el dolor de las víctimas. Como el de Ana, quemada viva por su exmarido en 1997. Una vida de palizas y cuántas lágrimas de desamparo hasta el fin. Seguimos igual.

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Tras el asesinato de Ana Orantes en 1997, organismos, instancias e iniciativas públicas y privadas dedican más recursos y esfuerzos a prevenir y a proteger a la mujer víctima de violencia de género. Sólo en 2020 se dictaron en la Comunitat Valenciana 4.755 órdenes de protección. Pero con el aparato del estado movilizado y un vistoso Ministerio, la violencia contra la mujer y sus pequeños no cesa. Puede haber errores puntuales en la cadena administrativa y judicial, pero no tantos como 18, el número de asesinadas este año. Es el cambio social, que no llega. Lo vemos en titulares: una mujer retenida en Tavernes, otra embarazada, golpeada y acuchillada en Valencia, herida con arma blanca en Alicante, agredida en Alcoy, Massamagrell, Sagunto. ¿Qué ocurre en la intimidad del hogar, en las parejas jóvenes, de adolescentes?

La fractura social y política en torno al hecho es incomprensible. ¿Cuál es el argumento? Que no hay una violencia específica hacia las mujeres, que no existe la violencia de género. Las cifras son muy claras. La mujer es víctima de su pareja de forma reiterada, los datos son incontestables: más de mil víctimas mortales desde 2003, año en que se inicia el recuento. También los hombres y sus hijos son víctimas de la violencia de sus parejas. Como Yaiza, la pequeña de cuatro años asesinada por su madre, instrumento de una venganza atroz. Lloramos a Yaiza, a Olivia y a Anna. Pero negar la vulnerabilidad extrema de la mujer es cerrar los ojos a la realidad y bloquear el cambio. La unidad política, la acción policial y judicial, los recursos económicos y sociales son esenciales. El cambio está en nuestras manos: vivir y educar en valores e inculcar el respeto a la mujer de forma decidida. Más allá de la ideología. Por humanidad.

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