Los analistas de los debates electorales vienen diciendo, tras la última sesión entre los principales 'cabeza' de lista de Madrid, que el público, en general, pasa de ver este tipo de enfrentamientos electorales televisados y que, sin embargo, de lo que suele estar más pendiente es de los análisis posteriores de supuestos especialistas y tertulianos que se baten en mil chácharas.
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De todos modos hay que tener en cuenta que las elecciones del día 4 son sólo en Madrid, así que no cabe esperar que en el resto de España estén muy pendiente del espectáculo ajeno, y de ahí seguramente la poca audiencia registrada en las retransmisiones de ámbito nacional. Si en Madrid también fue corta la atención televisiva, que tomen nota al respecto sobre la utilidad de este modelo de debates, donde es habitual que cada cual esté en lo suyo y que nadie se salga del guion trazado, de modo que tampoco cabe imaginar que se fraguen muchos cambios de votantes. Entonces, ¿para qué sirven tales despliegues?
Hay una interesante unanimidad entre los especialistas al analizar a los los seis candidatos de dicho debate. Coinciden en que el aire profesoral de Ángel Gabilondo (PSOE) no 'pega' para unas elecciones modernas. No tiene carisma, le achacan. Le reconocen que es muy inteligente, una bellísima persona y que sabe mucho, pero no lo ven apropiado para estas batallas, donde hay que bajar más a la arena. Todos se irían a una conferencia de Gabilondo, pero lo ven soso para aguantarlo en este tipo de cosas, lo que parece llevar aparejado que tampoco lo verían apropiado para estar al frente de un gobierno, de una administración pública.
¿Qué raro, no? Se prefiere la bulla a toda costa, la facilidad para lanzarse estocadas dialécticas... un compedio de aspectos o habilidades que aglutinamos en lo del carisma, concepto que la RAE define como «cualidad o don natural que tiene una persona para atraer a los demás por su presencia, su palabra o su personalidad». Ojo, porque estamos reconociendo estas mismas virtudes a personas de las que, sin embargo, decimos que no tienen carisma, tan sólo porque las vemos algo sosas en el debate político al uso. ¿Y no son en principio más fiables para las cosas públicas aquellos a quienes reconozcamos más sinceros, nobles, leales, experimentados, honestos..., aunque resulten algo aburridos en la sobremesa y prefieran no meterse sin razón con el vecindario?
Es curioso que despotricamos por sistema de los políticos, por verles viciados en su labor de perpetuarse, y luego denostamos a quienes queda claro que no van a la política con voluntad de oficio ni afán de 'carisma'. A lo peor por eso huyen los mejores de la tribu.
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