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Ya son mil los ucranianos acogidos en municipios de la Comunitat Valenciana. Los valencianos viajan en coches y autobuses hasta la frontera para asistir a ... los refugiados, y hasta la pólvora hace magia en la antesala de las fallas. Es mediodía y ondea la bandera de Ucrania en el cielo mediterráneo. Una catarata de disparos deja dos columnas de humo, en los colores azul y amarillo, símbolo de sufrimiento y del compromiso del mundo fallero, de los valencianos. Pirotecnia Tamarit. La escucha atenta y el veredicto final, el ritual que une. Vuelven las fallas, y el sonido de la pólvora, al explotar, hace otro milagro y nos transporta a una ciudad sitiada por los rusos en otro rincón de Europa.
Quería una invasión rápida. Cada día que pasa es una derrota, porque la imagen de la guerra es la cara triste de la niña con gorro infantil en la frontera, el rostro arrugado de la superviviente de la batalla de Leningrado del 41, detenida por protestar contra la guerra en San Petersburgo. La narrativa de Putin, que trata justificar su ataque tachando a Ucrania de neonazi y genocida, no cala ni entre los rusos, a quienes ha cortado desde el jueves el acceso a la información independiente.
No se sabe qué ha sido de las semillas de la discordia que ha plantado en suelo europeo y regado amorosamente en los últimos años. La diplomacia se ha cargado en cuatro días el invernadero europeo del Kremlin. Polonia, polarizada y castigada por la UE, acoge a los refugiados ucranianos calurosa y generosamente. En España, Von der Leyen y Borrell han forzado a Sánchez a enviar armamento ofensivo frente a Podemos, que como era de esperar apoya al déspota que se infiltró en el 1-O para desestabilizar. «Putin debe caer» dice un Boris Johnson que ya debería estar recogido en casa, tras saltarse una y otra vez las normas durante la pandemia, pero que se ha hecho fuerte en el sillón y se acerca, después de liderar el Brexit, a las posiciones de Bruselas.
Putin debe caer por atacar objetivos civiles, por la toma arriesgada de la central nuclear de Zaporiyia y, sobre todo, por romper el equilibrio de poderes y abrir la espita de la confrontación nuclear. Es un criminal de guerra y un peligro global. La solidaridad de los valencianos es la nota positiva de la tragedia; impresiona la respuesta y la calidad humana a nivel internacional. Pero una guerra lenta nos desgasta a todos, la libertad tiene un precio. Habrá más subida de precios, y las empresas valencianas con intereses en Rusia y Ucrania se enfrentan a importantes pérdidas de mercado. El sacrificio requiere resiliencia, pero también medidas.
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