
Un iPhone en la cola del hambre
EL ESTADO DE LA COMUNITAT VALENCIANA ·
Que la pandemia ha disparado la necesidad de ayuda social es innegable. Que mucha gente aprovecha el momento para vivir del cuento, también es ciertoSecciones
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EL ESTADO DE LA COMUNITAT VALENCIANA ·
Que la pandemia ha disparado la necesidad de ayuda social es innegable. Que mucha gente aprovecha el momento para vivir del cuento, también es ciertoEl cochazo. Hace tiempo ya hubo una polémica similar. En la antigua sede del Banco de Alimentos, el bajo que el Ayuntamiento hizo abandonar a la entidad junto a la Central de la Policía Local de la avenida del Cid, los asistentes se quedaban atónitos cuando llegaba el Mercedes oscuro que no faltaba a ninguno de los repartos de la semana. Del cochazo se bajaba un señor de buen vestir, andares de caminar sobre parqué y piel no precisamente curtida por el sol, el aire y las noches durmiendo a la intemperie. El hombre se llevaba alimentos, igual que el resto de personas necesitadas. Y la estampa, el contraste de su flamante vehículo con el hecho de que estuviera esperando para llevarse una bolsa con un puñado de legumbres, leche, galletas y algo de fruta, hizo llegar hasta esta redacción una denuncia de que algo turbio estaba pasando, que no era normal que aquel sujeto recibiera la misma ayuda que personas que estaba claro que la necesitaban. Acudimos al lugar y lo investigamos. E ilegalidad no había ninguna.
El hombre era un destacado constructor que, tras el estallido de la salvaje burbuja inmobiliaria, se había quedado en la ruina. Pero por su nivel de renta tenía perfecto a derecho a convertirse en uno de los receptores de esa ayuda. Así como por el número de integrantes de su familia, que rebasaba por mucho la condición de numerosa. Y por el hecho de que nadie más en su hogar ingresaba nada más en la economía casera. Pero ahí estaba ese hombre, todavía con su Mercedes. ¿Y por qué no lo vendía? ¿Y por qué no sacaba con él algo con lo que dar algún sustento, alimento o comodidad más a los suyos? «Me recuerda lo que fui. Y quién sabe lo que seré...», me sigue sonando en la memoria la frase que me espetó aquel empresario en la ruina.
El móvil. No sé si aquello fue una excusa, si aquel hombre seguía viviendo de ganancias en negro, si su renta estaba maquillada o si sus palabras eran sinceras: que prefería seguir viviendo de 'viejas glorias', soñando con que sus días de cava y caviar volverían, antes que bajar al barro, vender su cochazo y destinarlo a darle un presente y un futuro mejor a los suyos.
El caso es que esta semana me topé con una escena comparable. Volvía de la ruta habitual del colegio y me encontré con la habitual cola del hambre a las puertas de una parroquia de Petxina. Basta pasar varios días para ver que es cierto que la pandemia ha mutado los perfiles de necesitados que acuden a pedir comida. Caritas o Casa Caridad, como hemos publicado en LAS PROVINCIAS, nos han alertado varias veces de cómo empleados de la hostelería o jubilados, dos de los sectores especialmente golpeados por la crisis vírica, se están sumando cada vez más a estas colas. Y ante esa parroquia de la Petxina, efectivamente, hay de todo: gente mayor y joven, españoles e inmigrantes, hombres y mujeres, personas vestidas con ropas negras y raídas y otras con prendas que no distan mucho de recién salidas de un centro comercial.
Pero en ese reciente paseo me encontré con una escena que me recordó a aquel Mercedes. Uno de los 'necesitados' aguardaba su comida mientras manejaba un iPhone. Hasta con funda oficial de Apple. Y no un modelo antiguo, quizás tampoco el último. No me atreví a preguntar por miedo a ser reprendido. Aún vivo en la duda. ¿Por qué no venderlo para vivir mejor? O algunos aprovechan el auge de la necesidad para vivir del cuento, o se niegan a reconocer cuál es su realidad. O quizás la trampa del consumismo es así de poderosa.
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