Se dice que a las palabras se las lleva el viento, pero es mentira. Las palabras sanan o matan según la intención con que se sueltan. A los pensamientos sí se los lleva el viento. Una mirada golosa, una sonrisa enigmática o un mohín perruno te imprimen en el rostro el patrón de las prendas que querrías verle quitarse, pero el correr del aire disipa tal pensamiento si no pasa del ojo a la acción. Los pensamientos dialogan unos con otros, cierto: tú puedes reaccionar a lo que supones que ella piensa y ella a lo que piensa que piensas de lo que pensaba, ya...; sin embargo, a menos que tales conjeturas se verbalicen ninguno saldréis del duelo realmente complacidos o dañados. Sucede lo mismo con los mensajes de texto del teléfono. Hasta que no le das a la tecla del avioncito de papel para enviar, lo que redactas resulta inofensivo.
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Y aún existe una última oportunidad para evitar la catástrofe, el error o el regalo que pueda suponer una frase ya enviada por el móvil, y que quede como no dicha, en el terreno inocuo de los pensamientos: borrarla antes de que sea leída. Por ejemplo, la vicepresidenta de Podemos, Yolanda Díaz, debió borrar el mensaje en que le contaba la subida del salario mínimo a la vicepresidenta socialista, Nadia Calviño, y esta última hizo el ridículo desmintiendo lo que su Gobierno iba a anunciar enseguida. Cosas que ocurren en todos los matrimonios. Para estos casos wasap tiene un chivato, cuando un mensaje enviado se suprime, al destinatario le aparece un aviso que dice: «Este mensaje fue eliminado». Cuántas veces no os habrá pasado eso, lo de Yolanda y Nadia, a ella y a ti. A vuestro nivel, claro.
Dime, ¿dónde van los mensajes que se escriben y no se envían o que se envían y se borran? ¡Qué altos muros se levantan con nuestros arrepentimientos de wasap! Estoy seguro de que existe una nube en la que se almacena todo eso que suprimimos antes de que se lea, una especie de museo de las palabras abortadas. Propuestas inmorales, portazos en las narices, declaraciones de amor, fotopollas, insultos hirientes, debilidades... Cuanto ponemos sobre la mesa y retiramos de inmediato por prudencia, miedo o inseguridad, se queda en el mismo limbo electrónico al que van los chats al vaciarse. Los gatillazos del wasap son lo más parecido a un bosque de pensamientos disecados que puedo imaginar. Ella suele contestar a lo de «Este mensaje fue eliminado» con una pegatina del Sagrado Corazón que reza: «Jesús sabe lo que habías escrito». Y tú siempre te dices: tranqui, chaval, Jesús lo perdona todo, pero tu señora, el jefe y Nadia Calviño no.
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