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Hace cuarenta años, en 1981, a Federico Jiménez Losantos le pegaron un tiro en la pierna unos terroristas de Terra lliure que lo habían secuestrado. El entonces profesor de instituto en Santa Coloma de Gramanet había cometido el atrevimiento de impulsar un manifiesto -conocido como «el de los 2.300» por el número de firmantes- en el que los docentes catalanes ya advertían de que la política lingüística emprendida por el Govern de Jordi Pujol tenía como objetivo desterrar el castellano de Cataluña -como así ha sido-, bajo la excusa de potenciar el catalán. El famoso escritor y comunicador lo pagó caro, al igual -aunque de otra forma- que los que se marcharon a otras partes de España para poder seguir enseñando en su lengua materna. El acoso que está sufriendo Javier Cercas -extremeño de nacimiento pero afincado en Girona desde hace mucho tiempo- me ha recordado aquel terrible episodio. El autor de 'Soldados de Salamina' ha sido víctima de un bulo que lo convertía en partidario de una intervención militar en Cataluña, una operación perfectamente orquestada a la que se sumaron algunos de los sospechosos habituales, como el abogado de Puigdemont. Es la típica táctica mafiosa, señalar a alguien, ponerlo en la diana, estigmatizarlo, hacerle la vida imposible y, finalmente, conseguir que renuncie, que se marche. La misma que empleó durante décadas la extrema izquierda independentista en el País Vasco, una limpieza identitaria en toda regla para quitarse de encima a los 'españolistas'. También en la Comunidad Valenciana empezamos a ver algunas de estas actitudes sectarias y supremacistas. Recuerden el caso de la exjefa de gabinete de la consellera de Transparencia que montó una campaña en las redes sociales contra una camarera argentina que no la había entendido al hablarle en su valenciano. O el funcionario interino que teme perder su trabajo por no saber eso que ellos llaman «la nostra llengua» (que es la suya, es decir, el catalán) y que ha sido digitalmente linchado, insultado y ridiculizado por el grave e imperdonable pecado de no haber aprendido una lengua que hasta ahora, hasta que el tripartito la ha impuesto en la Administración pública, no era obligatoria. Formas todas ellas de exclusión mediante el hostigamiento, llegando a la amenaza y en último caso, como hace cuarenta años, al atentado. Muchos otros lo pagaron con la vida, o tuvieron que marcharse, o quedaron marcados -y psicológicamente afectados- para siempre. Medítenlo todos aquellos que dan alas a nacionalismos que buscan siempre enemigos en los que focalizar su odio. Hoy es Cercas, mañana puede ser cualquiera.
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