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JUAN BOTELLA ES LA PIEZA QUE FALTABA

JUAN BOTELLA ES LA PIEZA QUE FALTABA

El director de carrera del Maratón de Valencia aporta pasión, conocimiento enciclopédico y desprecio por los tramposos

Domingo, 1 de diciembre 2019, 11:56

A Juan Botella lo conocí en la redacción del periódico hace 25 años. Lo que más recuerdo de él en aquella época sin internet y en la que aún se escuchaban las teclas de alguna máquina de escribir anclada en el pasado era su obsesión por el atletismo. Juan celebraba cada breve birlado al rodillo del fútbol como la reconquista de París. Y defendía una buena actuación de Tono Pérez Perales en un cross o de Mónica Pont en un maratón con la vehemencia de un predicador en una iglesia del Midwest. Adoraba el atletismo y eso fluía por sus dedos escribiendo frenéticos el último éxito de un valenciano o paseando ese cuerpo enclenque de galgo elegante. Porque antes que periodista, Botella fue, o es, atleta.

Hoy es el director de carrera del Maratón de Valencia Trinidad Alfonso. Aunque él dice que no, que ese cargo es de Paco Borao, quien, en realidad, es el jefe del tinglado, un hombre sin tiempo para ese trabajo abnegado. Porque el presidente de Correcaminos y de la AIMS lo mismo tiene que ir a Atenas a una gala que a Murcia a un acto del corredor mediterráneo para apoyar a Juan Roig. Así que él no está para ir tirando miguitas de pan al estanque de los fondistas.

A mí me parece un lujo. Valencia, su maratón, se encontró de repente con un sabio en su organización. Porque no hay nadie en Valencia que sepa lo que Botella de fondo y mediofondo. Y muy pocos en España. Juan trasnocha para seguir un maratón en la otra punta del mundo. Y escarba y escarba en internet hasta que averigua quién demonios es ese jovencito ugandés que ha subido al podio en el maratón de Toronto.

Borao dice de su mano derecha que vayas a la hora que vayas al club, a Correcaminos, lo encontrarás allí. Y celebra, enamorado del atletismo como él, que conozca casi al completo el inabordable plantel de maratonianos.

Le gusta esto con locura. Por eso acude a la Gala de World Athletics en Mónaco y se retrata con las grandes estrellas del atletismo con el brillo en los ojos de un niño en la noche de Reyes. Porque, en verdad, para él no hay mayor regalo que sentarse en una mesa al lado de Sebastian Coe y, entre plato y plato, ir colándole preguntas sobre aquel mitin en Zúrich o aquel entrenamiento que se rumorea que hizo en el 79... hasta que Lord Sebastian, harto, le lanza una mirada furibunda y consigue aplazar su curiosidad unos segundos más.

Después de LAS PROVINCIAS trabajó en algún medio más y luego dio el salto a la comunicación institucional en una época de equilibristas. Pasó con la discreción de los listos y salió inmaculado de aquel baño en el chapapote. Mientras tuvo tiempo de bajar de las tres horas en el Maratón de Valencia y siguió exprimiéndose en la pista haciendo series como si el domingo tuviera un Campeonato de España de 800, cuando, en realidad, lo que tenía era que pasar el día con su mujer y su hija después, eso sí, de haber visto el Maratón de Berlín o el de Londres por 'streaming'.

Botella es la pieza que le faltaba al Maratón Trinidad Alfonso. El tipo que, siempre discreto, ha ido endureciendo la lucha contra los tramposos y a quien le duelen las irregularidades de Abraham Kiptum como si le hubiera traicionado un hijo. El obseso que ha reclutado a Marc Roig porque sabe que es un infiltrado en el intrincado mundo del atletismo del Valle del Rift. El que ha confiado, porque lo conoce desde adolescente, en la proverbial bonhomía de José Antonio Redolat para atraer a los atletas españoles que se resistían a correr en Valencia. El sabihondo que prefiere ir sembrando entre las estrellas del futuro, ya sean Kejelcha o Cheptegei, que confiar en la fuerza de un par de millones de dólares para lograr la utopía de traer a Kipchoge.

Esta semana, como muchos en la organización del maratón, apenas duerme unas pocas horas cada día. Refresca la información meteorológica preocupado por la amenaza del viento y seguro que se despierta en medio del silencio sepulcral de la noche angustiado por un palé de botellas de agua o por esa liebre que ha enfermado en el último momento.

Pero Juan, el maratón es un éxito con independencia de la marca final. No hace falta más que salir a la calle el viernes y ver la ciudad repleta de corredores venidos de cien países diferentes. O ponerse a correr por el río y cruzarte con atletas de clase mundial. Aunque, como hace 25 años, haya quien añore la máquina de escribir.

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