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Los juegos del hambre

ROSEBUD ·

La anorexia, cadena perpetua; UTCA, condena y salvación

Antonio Badillo

Valencia

Martes, 21 de diciembre 2021, 23:50

De nuevo la séptima planta, la torre D, esa puerta calabaza de doble hoja como el filo del arma más temible, resucitadas por el magnífico reportaje de Álex Serrano. La anorexia, cadena perpetua. UTCA, condena y salvación. En el kilómetro cero de esta historia, mezcla ... de muchas historias, unos padres desnudos de fe y un reproche infantil que hurga en las llagas del corazón. ¿Por qué me traéis aquí, como si fuera anoréxica?, pregunta la hija, sus palabras convertidas en esquirlas antes de que la gran puerta abra las fauces, engulla como el sarlacc otro cuerpo desnutrido y arranquen los auténticos juegos del hambre. Cámara uno, interior: sensación de abandono entre trastornadas, cuerpos de alambre que firmaría El Greco si la distorsión de la mirada enferma no los transformara antes en figuras de Botero. Golpeada donde más duele, protege su coartada, ¿qué pinto yo aquí?, mintiéndose con su verdad durante días que parecerán años, porque la anorexia venda a conciencia los ojos del rehén antes de arrojarlo a la mazmorra. Cámara dos, exterior: todo es culpa, vacío. Si la tortura te calcina, pregunta por ella en un teléfono; una voz anónima dirá que está bien y la creerás porque lo necesitas. Recibes terapia. Te sientes pequeño, ruin, imperfecto. Sólo pides a la vida otra oportunidad para no volverle a fallar. Anotas consejos prestados: no hablar de comida, proscribir las básculas. Copias con letra torpe la pirámide nutricional, aprendes a vencer noes y hasta desfilas humillado ante bandejas que enseñan a elaborar menús y llenar platos. Cámara uno, interior: llega el día en que la venda cae y la niña por fin invoca a su demonio, una vez tras otra, hasta que derrota a derrota aprenda a abatirlo. Alrededor ya no ve zombis sino compañeras, unidas a ella por la firme argamasa del drama. Querría decir amigas, pero no puede. Son las normas. Cuando esto pase dejarán de verse, pues cada una es para la otra el atajo hacia la reincidencia. A la espera del momento, reconquista privilegios a cambio de peso. Un libro cuesta 400 gramos, un manojo de fotos 900, diez minutos diarios de teléfono dos kilos y la primera visita tres. El alta queda a cinco, ni pensarlo. Cámara dos, exterior: la puerta calabaza escupe a su presa y el reencuentro descubre un manantial de lágrimas olvidadas, pero el epílogo no es el final. Vendrán crisis y con ojos inundados pedirá volver al abrigo de su prisión, ligadas como el náufrago de 'Perdidos' y su isla. Memorizará el camino de ida y vuelta hasta que entre todos pactéis que está curada, engañándoos unos a otros, porque la bestia sólo duerme. Ojalá aprenda a domeñarla por siempre, piensas. O que al menos el próximo zarpazo, sucio cobarde, no me pille ya en este mundo para sufrirlo.

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