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Jugar con fuego

Jugar con fuego

ALBERTO SURIO

Domingo, 21 de febrero 2021, 07:46

En los años 80, François Mitterrand, presidente socialista de la República Francesa, fue criticado por promover en la sombra una reforma del sistema electoral galo que posibilitaba la entrada del ultraderechista Frente Nacional en el escenario vecino. Algunos pensaron que se trataba de una iniciativa maquiavélica, muy peligrosa para la estabilidad del modelo republicano. Lo cierto es que, con los años, terminó fracturando a la derecha clásica gaullista y provocó una implosión que se llevó por delante todo el sistema político del hexágono vecino, hundiendo en la irrelevancia al Partido Socialista heredero de Mitterrand. Este naufragio terminó por dinamitar el eje tradicional derecha-izquierda, que fue la gran herencia ideológica de la Revolución Francesa.

Esta sociedad 'líquida' se ha consolidado por completo en la Francia de 2021. La extrema derecha francesa de hoy es una opción que en las elecciones presidenciales aspira a tener hasta un 35% de sufragios con un mensaje soberanista, ultranacionalista, iliberal e identitario, que pretende pescar en los caladeros de la decepción social, del miedo y de la incertidumbre. Muchos de los electores ubicados ideológicamente en la izquierda tradicional -socialistas y comunistas- sienten ahora la atracción fatal del populismo. No es un fenómeno nuevo en la historia europea, cuando los extremistas antisistema crecen siempre sobre el humus de un sordo malestar social.

La llegada de Vox es un fenómeno distinto y complejo, pero que termina por condicionarlo casi todo. La formación de Santiago Abascal se envuelve en la bandera identitaria porque hay un caldo de cultivo propicio para ello. Mientras el fascismo más rancio sale de las catacumbas en las que estaba agazapado, y lo hace con una desvergüenza impúdica -valga como botón de muestra el homenaje falangista a la División Azul en Madrid-, la negación de la pluralidad y los discursos del odio vuelven a cabalgar de nuevo.

En el tablero de la política española, el regreso del ultranacionalismo a las nuevas generaciones se convierte en la mejor baza para dividir el voto de la derecha convencional. Pero Vox no es un artefacto artificial fabricado por los tácticos de Moncloa. Responde a una radicalización del electorado más conservador de clase media, que se ha producido en todo el mundo y que en España la colisión catalana ha terminado por alentar con fuerza.

Vox ha abierto un gran boquete en la cubierta del barco del PP, cuya coraza pétrea entre las clases medias de la España de raíz castellana era hasta hace poco una realidad. En este contexto, Pablo Casado tiene un difícil margen de maniobra para desmarcarse del pasado. Pero se encuentra también encajonado por Vox, reforzado en su mensaje más radical por la violencia vandálica antisistema de las protestas callejeras de los últimos días tras el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, convertido en combustible fácilmente inflamable. Quienes enarbolen la bandera del orden y la ley ganarán siempre en la derecha sociológica y haría muy mal la izquierda en minusvalorar en estos tiempos la bandera de la seguridad.

Con estos mimbres, Sánchez necesita reconducir las discrepancias con Unidas Podemos, que han llegado a un punto preocupante de desconfianza mutua, aunque quizá no vayan aún a provocar una ruptura en un contexto de lenta recuperación sanitaria y económica. La no condena expresa de los incidentes por parte de Unidas Podemos contribuye a colocarle en el córner del escenario. Un grave error que refuerza a los adversarios de la coalición.

Sánchez dispone de cierto margen de maniobra. La asignatura catalana la ha aprobado con buena nota tras el 14-F, tiene unos Presupuestos Generales del Estado aprobados, el dinero fresco de Europa va a llegar este año para los proyectos, la vacunación sigue su marcha y no hay elecciones a la vista que distorsionen las agendas. El terremoto en el PP y Ciudadanos y la radicalización de Iglesias le puede dejar un gran espacio de contención del extremismo. A su izquierda, el acercamiento entre Unidas Podemos y los soberanistas juega a reventar las costuras del 'régimen del 78'. Si Salvador Illa ha sabido polarizar en la última campaña catalana con el independentismo para atraer al votante crítico con el 'procés', los socialistas intentarán buscar el cuerpo a cuerpo frente a la demagogia de Vox. Lo harán con una narrativa macroniana de 'o nosotros o el caos', que puede ser eficaz y que podría ser capitalizada en las urnas por el presidente del Gobierno. Pero en este momento implica jugar con fuego.

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