Durante la llamada 'Guerra Fría', en los periódicos occidentales proliferaban crónicas y artículos de corresponsales y analistas que miraban con lupa lo que decían los ... órganos oficiales de la URSS, como Pravda, Izvestia o la agencia Tass, en busca de cualquier frase o detalle que permitiera barruntar por dónde iban las acciones o los silencios del Kremlin, tan opaco y endogámico. Bastaba captar algún gesto en el politburó, o cualquier ausencia en algún acto relevante en Moscú, para elucubrar sobre posibles 'movimientos' en el escalafón de la 'nomenklatura'.
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Aquella tarea político/periodística hizo grandes especialistas en la materia que se denominaban kremlinólogos, quienes dedicaban horas y horas a interpretar y reinterpretar cualquier vestigio que pudiera dar pie a un titular llamativo que contribuyera a sembrar esperanzas o eludir inquietudes. Porque aleteaba en el ambiente el ansia de que se produjeran cambios positivos y aperturas del régimen soviético que sirvieran para reducir la tensión internacional.
Bastaba por ejemplo una línea perdida en un editorial, la ausencia de Breznev en algún acto público o su aspecto demacrado mientras presidía un desfile para aventurar enseguida que el primer secretario del PCUS podía estar gravemente enfermo y quizás le preparaba su sustitución.
Primaban más el morbo que desprendía la oscura estética soviética y las ganas de que pasara algo que la realidad de nimios detalles que al final no cambiaban mucho el escenario. Hasta que llegó lo que algún día tenía que ocurrir. Vino de la mano de Gorbachov y su Perestroika, y a continuación la caída del Muro de Berlín, la desaparición del 'telón de acero' y el desmembramiento de la URSS.
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Hoy ha vuelto a la escena internacional una nueva generación de kremlinólogos, especialistas en sondear los hermetismos de la nueva Rusia bajo el régimen del autócrata Putin. El interés es ahora mayor que antaño, pues todos sufrimos de una manera u otra las consecuencias de la guerra, aunque no nos quede geográficamente cerca, y estamos en vilo ante las amenazas nucleares rusas, tan sorprendentes a estas alturas. De modo que, en paralelo a lo que hablamos y especulamos a diario sobre lo que pueda ocurrir o no, los kremlinólogos están en su tarea: escudriñan si Putin está gravemente enfermo; si, a falta de un partido y un politburó que le puedan controlar, es posible que haya generales u oligarcas que le planten cara, sin riesgo de caerse por un balcón antes de hora; se indaga si queda alguna camarilla clientelar que le frene aunque sólo sea por no perder negocios. Y en la práctica, lo de antes también... hasta que un día u otro llegue el milagro esperado.
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