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Laberinto español

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Tras las elecciones, hay pocas salidas al problema político de España; quizá la única es una gran coalición constitucional

Martes, 12 de noviembre 2019, 07:44

Pues hale, ya está. No queríamos bloqueo político, pero ya tenemos dos. No queríamos el espectáculo de un país ingobernable pero sin embargo, voto a voto, lo hemos vuelto a configurar. Con el auge del radicalismo y la extrema izquierda nacionalista, con la extraordinaria subida de la extrema derecha, ese centro indeciso que fue Ciudadanos se hunde, quizá para siempre, y los dos grandes partidos quedan de nuevo sin poder gobernar a falta de muletas. El PSOE, que es la fuerza más próxima a alcanzar la Moncloa, no llega a la investidura si no es con el independentismo y el populismo de Podemos; el PP, por su lado, no logra la meta si no alcanza el inquietante favor del populismo de derechas, los radicales de Vox.

«Gran pacto nacional y Cortes Constituyentes», me dijo en voz baja, el domingo a mediodía, un amigo que ejercía como interventor del PSOE en los pasillos de un colegio electoral.

Le estuve dando muchas vueltas a la cabeza hasta que empezaron a desgranarse los resultados. Y es, en efecto, la única receta que se ve posible y mínimamente esperanzadora: la suma de fuerzas de los constitucionales PSOE y PP, con la colaboración de lo que ha quedado de Ciudadanos, podrían configurar un gobierno de concentración, coyuntural y didáctico, basado en la necesidad de atender las circunstancias excepcionales por las que pasa España.

Podría ser la más sana, la más democrática, la más higiénica de las fórmulas para que los políticos españoles sacaran a España del atolladero. Es una receta que sin duda tendría graves peligros, dado que solo podría estar basada en que los protagonistas hicieran gala de una extrema generosidad patriótica, algo que se usó en la Transición y luego se perdió. Una solución que presentaría, además, hipotéticos costes muy serios para conservadores y socialistas. Una receta, en fin, que dejaría al PSOE en manos de la crítica despiadada de Podemos y el independentismo, y al PP ante la ferocidad de Vox.

Un pacto de ese calibre, todos lo sabemos, requeriría una capacidad de convicción de la sociedad que los líderes de los partidos están muy lejos de tener; y vendría acompañada de un ruido mediático y popular que no sería fácil de soportar. Es dudoso que los llamados a sellar ese pacto tuvieran la fuerza de héroes que sería preciso aplicar. Y que incluso podría llegar a exigirles que su misión fuera el final de su carrera política. Pero no hay mucho que cavilar porque, hoy por hoy, es la única salida del laberinto que el electorado acaba de configurar con sus votos.

Superar el presente bloqueo español -empezando por una reforma profunda de nuestra estrambótica ley electoral- es tan difícil, quizá más, que la tarea que tuvieron los que afrontaron la política española cuando el dictador murió. Necesitaríamos, en realidad nos urge, una clase política tan inteligente y generosa, tan enamorada del pueblo español como la que resolvió el laberinto español en el año 1978.

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