A un lado o a otro, nunca en los dos
COMO UN AVIADOR ·
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El mundo siempre será un lugar mejor cuantos más caminos se nos ofrezcan para recorrer, cuantas más ventanas dispongamos para asomarnos, cuantas más opciones, en definitiva, tengamos para elegir. Y nosotros viviremos más a gusto si no nos sentimos en la obligación constante de posicionarnos en un frente o en otro, sin que se plantee siquiera la posibilidad de habitar en ambos o de cambiar de bando si ambos nos convienen. Porque cuando los matices desaparecen los pareceres se vuelven más planos, más uniformes, menos interesantes. Porque si todo hay que jugárselo al rojo o al negro quedan un montón de colores sin uso, sin oportunidad de mostrar tonos que podrían aportar nuevos puntos de vista. Nos encaminamos irremediablemente al blanco y negro después de años persiguiendo una sociedad polícroma.
Las redes sociales, los líderes de opinión y los políticos cada vez son menos amigos de la pluralidad, del abanico de preferencias, de la disparidad, por mucho que se nos llene la boca con eslóganes y discursos en torno al respeto y a lo heterogéneo. Pero qué va.
Nada da más miedo que lo heterogéneo, porque es difícil de rebatir, de controlar, de convencer. Cuando las respuestas se acotan es fácil tener preparada una réplica o un alegato oportuno y oportunista, pero si las contestaciones se amplían toca lo más complicado: razonar, explayarse, ir más allá.
Nos hemos malacostumbrado a la polarización. Los partidos nos obligan a estar con ellos o contra ellos, las ideologías abrazan extremos y rechazan encuentros intermedios, los platós se llenan de tertulianos que se colocan en una bancada y no hay ningún tema que les haga levantarse e instalarse en el otro extremo.
Pienso, y ya de paso piensa tú, en la última vez que debimos situarnos en un equipo, sin que sus colores nos representasen del todo, por miedo a que se llegase a conclusiones erróneas por no querer escoger rápidamente. Las campañas se diseñan bajo estos parámetros, las polémicas de twitter se desarrollan siguiendo esas reglas, las etiquetas se colocan a diestro y siniestro basándose en estos preceptos.
Esta concepción de la vida, más maniquea, más restringida, más limitada, nos convierte en seres predecibles, estáticos, aburridos.
En un universo tan circunscrito la capacidad de sorpresa se pierde y corremos el peligro de perdernos lo mejor de aquellas personas que nos rodean, si le ha caído un rótulo encima que la sitúa en un espacio con una frontera que no se pueda traspasar.
Seremos mejores cuando entendamos que no hay ideologías ganadoras, que no hay opciones de vida más certeras que otras, que no nos hace superiores lo que leemos o lo que no vemos. Que el verdadero triunfo es convivir con los diferentes y comprenderlos. No excluirlos ni vencerlos.
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