El Gran Palacio del Kremlin, La Casa Blanca, La Moncloa, La Casa Rosada o el Zhongnanhai y otros tantos más así, son los edificios oficiales ... donde residen los presidentes de los gobiernos ruso, americano, español, argentino o el chino por aterrizar estos ejemplos. Es lo normal, que los mandamases dispongan de una suma considerable de ladrillos oficiales para albergar a sus respectivos gobiernos pero, sospecho, que esos materiales deben generar tan malas vibraciones en sus inquilinos que de repente les da la locura -también lo llaman síndrome- de querer reconquistar de nuevo el feeling con la gente, sumar enteros a su imagen pública y les da por tirarse a la calle. Y cada uno hace lo que puede, dentro de sus propias limitaciones, dogmas e ideologías para intentar reconciliarse con la opinión pública y reforzar los vínculos emocionales con sus fieles.
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Parece que a todos ellos les ha dado por salir a la calle y hay de todo. Hay visitas muy necesarias como la de Joe Biden que se ha plantado en Kiev, tras un año de conflicto, para evidenciar su respaldo a los ucranianos e inyectar ánimo y esperanza. Hay otras salidas que no lo son tanto, como la del presidente de Irán Ebrahim Raisi, que ha hecho tres cuartos de lo mismo -pero al lado opuesto del tablero- y se ha plantado en Pekín. Hay otras salidas más locales y de toro bravo empitonado como la protagonizada ayer por Vladimir Putin ante su Asamblea Federal -tras más de un año sin comparecer saltándose a la torera sus propios compromisos- en un discurso que ha mostrado su lado más chulo, cruel y enloquecido -¿otra vez nazis, gays o acusaciones de pedofilia?- dejando poco espacio a la esperanza.
Y luego está España, claro. Hoy muchos vivimos con el miedo en el cuerpo de encontrarnos, tras una llamada insistente al timbre de nuestra casa, con el presidente del gobierno Pedro Sánchez ataviado con el 'Juegos reunidos Geyper' bajo el brazo -y con cara de buen chico- queriendo liarnos al parchís ante la indiscreta mirada de su séquito oficial de fotógrafos y cámaras de televisión atentos a grabar tan 'improvisado' momento. Un día es la petanca, otra vez ese cafecito robado o comentando esas becas que nunca llegan para pagar carreras de universidad inalcanzables para la mayoría de bolsillos.
Otro colectivo que vive atormentado ante la amenaza cierta de improvisadas visitas de Sánchez y su gobierno -aunque no lo parezca- son las vacas, cabritos y comunidad porcina del país que se saben actores necesarios para ilustrar la imagen del último 'ladrillo' que nos quiere hacer tragar el gobierno. No tardaremos demasiado tiempo en ver a nuestro presidente alimentando a una lustrosa vaca para acompasar alguna medida vinculada a uno de los grandes lujos que existen en este país: llenar la cesta de la compra. Por mucho que diga el ministro de Agricultura de que el sector está en condiciones de frenar la subida de precios o que la ministra Calviño asegure que ella «ya lo nota» los españolitos de a pie nos barruntamos que esto no va a parar aquí y que será algo así como cuando llegó el euro: que nada volvió a ser igual.
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