En algunos pueblos de la huerta no hubo red de agua potable hasta bien entrados los años 80 del pasado siglo. En algún caso, cuando ... levantaron aceras para colocar las nuevas tuberías ya llevaba tiempo gobernándonos Felipe González y estábamos a punto de entrar en la CEE (hoy UE).
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Pero no se vayan a creer, aunque no hubiera red pública de agua potable, la gente disponía de servicio propio. Cada casa tenía una humilde perforación que realizaba y mantenía el fontanero del pueblo, que entonces se llamaba bombero, no porque apagara incendios, sino porque instalaba bombas para elevar el agua de aquellos modestos pozos que se hacían en pocas horas. Primero fueron humildes bombas manuales, de émbolo de vacío, capaces de elevar el agua siempre que el nivel freático no esté a más de nueve o diez metros de profundidad. Luego, mediante bombas eléctricas. Todavía quedan reductos en la huerta con autonomía de servicio, porque la red pública no llega hasta alquerías en medio del campo. Todos saben que esa agua del subsuelo no es para beber; nunca lo fue. Ni para guisar. Sólo para lavar, ducharse y 'matar' el polvo de la calle antes de las tertulias 'a la fresca'.
En algún caso perdura aún aquella vieja bomba 'Geyda' que fabricaba Carlos Gens en la Avenida de Burjassot, y a poco que la hayan mantenido en medio uso, por puro gusto de mantener las cosas antiguas, seguro que todavía es capaz de hacer subir el agua del subsuelo, que está hoy más alta que nunca. Tan alta está que inunda sotános y garajes de las fincas levantadas en tiempos de sequía. en muchos sitios apenas está a tres o cuatro metros de profundidad. En estaciones subterráneas del Metro, en el centro de Valencia, se oye cómo corre el agua que mana de la capa freática.
Todo esto es por las lluvias de meses pasados. Los acuíferos están llenos, como muchos embalses, y drenan hacia la costa. También tierra adentro se ve la bondad de esta etapa, tan alejada de otros tiempos de escasez y sobreexplotación de recursos subterráneos, porque abundan las muestras de fuentes, barrancos y arroyos que siguen llevando caudal y desmienten viejos postulados interesados en esconder tan buena realidad. Parece mentira que anteuna realidad tan palpable persistan proclamas contrarias que fomentan la idea de la sequía que lleva al racionamiento y la exclusión de aprovechamientos. Prefieren que el agua se pierda por todas partes antes que reconocer la posibilidad de que se aproveche. Las autoridades de planificación hidrológica insisten en reducir a toda costa dotaciones de consumos, alegando razones de escasez y escenarios que en todo caso quedan lejos, en vez de reconocer, con la prudencia necesaria, que tan evidente mejoría invita a sacar mejor provecho de ese gran lago subterráneo que inunda garajes y se pierde sin remisión.
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