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Pocas cosas ya le emocionan a uno en el fútbol. Será la edad. Cuando yo empecé en el maravilloso mundo del periodismo las cosas eran ... muy distintas. No existía la TV de pago, se retransmitía algun partido en abierto muy de vez en cuando y el horario estrella del VCF era el sábado a las 22.30h; 'partit oferit per Bancaixa'. Hay que tener unos añitos para entender esta frase.
En mi caso el trato con el jugador se basaba en la normalidad. Yo llegaba por las mañanas a la Ciudad Deportiva y, tras ver el entrenamiento en primera línea tomando mis audios y notas, llegaba el turno de las ruedas de prensa. Practicamente diarias para ir rotando a toda la plantilla. Y entrevistas a la carta para los medios. Los clubes entendían que los MMCC eran el vehículo para llegar a la gente. Hoy somos el enemigo.
Pero, quizá, lo que más les pueda sorprender 25 años después, era el trato con el jugador. Paterna era un sitio sin vallas ni restricciones para el aficionado y, tras el entrene, muchos esperaban a sus ídolos en el parking interior. Allí firmaban autógrafos los jugadores a todo quisqui para felicidad del personal. Y no les estoy hablando del VCF del descenso; les hablo ya del VCF de finales de los noventa que asomaba a los títulos y que explotó a partir del 99. Fernando, Penev, Mijatovic, Romario, Deschamps... iban entre semana a las peñas del rincón que fuera de la Comunitat.
Yo siempre recordaré esos cafés con leche que, tras el entrenamiento, nos tomábamos en la cafetería del 'papi' con los jugadores del primer equipo. En la época del doblete, un día aparecía Curro Torres y otro Fabián Ayala. David Navarro hablaba de pesca, el Kily de mate. Unos y otros disfrutábamos del almuerzo charlando animadamente y en confianza de fútbol y de la vida. Nunca olvidaré aquella maravillosa época de mi vida. Hoy, todo eso se ha perdido. Los clubes han alejado a los jugadores de prensa y aficionados como si huyeran de la peste cuando, durante aquellos aquellos años de cercanía y normalidad, el VCF empezó ganando una copa y llegando a dos finales de UCL para acabar ganando dos ligas y una Copa de la UEFA. La idiotez es el enemigo y no lo que rodea al fútbol.
Por eso he perdido la capacidad de emocionarme que tenía con el fútbol. Todo es hoy más lejano y artificial. Pero, a veces, se enciende una luz en mitad de la oscuridad. Pasó el domingo pasado en Mestalla. Un jugador de la casa, valenciano y valencianista, cuajaba un partido soberbio con la camiseta de su equipo. Era el segundo consecutivo y llevaba el brazalete de capitán. Cuando se retiró del campo le entraron ganas de llorar porque, desde niño, soñaba con una noche como esa; Mestalla en pie coreando su nombre. Pero esa noche no llegaba nunca. Hasta que la vida le devolvió la paciencia y educación ante la adversidad que le enseñaron en casa de pequeño. Un jugador que hoy se pararía a firmar autógrafos como en la antigua Paterna; que iría a las peñas si mañana se lo pidieran y que se sentaría a almorzar tranquilamente con la prensa. Se llama Toni Lato y el domingo me emocioné otra vez con él.
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