El problema de cuándo poner en marcha la lavadora, para librarnos de los precios más caros de la luz y evitar molestias vecinales, tiene fácil ... solución: volver a los lavaderos públicos que existen en muchos pueblos, y hasta construirlos nuevos donde no los hay, incluidas las grandes ciudades.
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Esos lavaderos se hicieron cuando no había agua corriente en las casas. Que fuera potable ya era ciencia ficción. Se acudía a las fuentes con cántaros para tener agua de beber y atender las necesidades culinarias y de aseo, pero la tarea de lavar se centraba en el lavadero público del pueblo, o si no se tenía que ir hasta el río o la acequia. Las economías eran de subsistencia, las municipales también, y tener a mano un lavadero en condiciones ya era un lujo.
Luego llegaron las modernizaciones, agua en las cocinas y en los baños; primero agua corriente, luego también potable; agua de boca sin ir a la fuente, como hoy nos animan a beberla para no comprar botellas de plástico.
Con las lavadoras, la tecnología invadió nuestras vidas y los lavaderos se despoblaron. Espacios vacíos en la España vaciada. Abandonados, arrumbados y hasta arrasados, llegaron otros tiempos con ansias recuperadoras y los ayuntamientos se afanaron en restaurarlos, no ya para lavar, sino por testimoniar su valor etnológico. Y ahí siguen en tantos sitios, parados, con el agua corriendo por sus canalillos y a lo sumo como lugar de reunión de jubilados y cuadrillas de jóvenes, según horas, cuando se nos presenta este reto inesperado del tarifazo que plantea la duda que va de boca en boca: ¿Cuándo poner la lavadora, de noche, en horas de sueño, o en fines de semana, restando tiempo de ocio? ¿Cómo podremos conciliar el consejo oficial de ahorro energético, tan necesario, porque hay que salvar el planeta, con el cumplimiento de las normas anti ruido y sin molestar a nadie?
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Ahí es donde los lavaderos cobran de nuevo evidente protagonismo. Hay que volver al lavadero público, y donde no existan, hacerlos ya. Uno por pueblo. Y también en Valencia capital, no tengamos remilgos: al menos uno por barrio. ¿No se fomentan los huertecillos urbanos y las ferias hortícolas en las plazas mayores? Pues incluyamos también la disponibilidad de lavaderos, porque con ellos todo son ventajas: ahorro energético, menos emisiones contaminantes, se contribuye a que la gente socialice..., incluso se fomenta el intercambio de chistes y chascarrillos para que florezca la confianza participativa entre el vecindario. Y al mismo tiempo se pueden organizar cursillos para hacer jabón con el aceite usado y lejía con la ceniza de la leña de naranjo de la paella del domingo. I tot de casa, ¿eh?
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