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El legado y los legatarios

ESPADAS ·

Lo menos que podían haber hecho los herederos era donarlo

FERRAN BELDA

Lunes, 19 de diciembre 2022, 00:47

La adquisición o no del legado de Miguel Hernández me suscitó dudas. La de la colección Lladró, menos. La del archivo de Luis García Berlanga, en cambio, no me ha suscitado ninguna. Creo que el único error que ha cometido el ministro Iceta ha sido ... no detraer de la cantidad abonada el importe del almacenaje de las 74 cajas que los herederos depositaron en la Filmoteca Española tras vaciar el chalet donde residía; no recuperar, en definitiva, el coste que ha supuesto custodiarlas durante años. Me explico. Las dudas que me provocaron las opuestas decisiones que adoptaron dos alcaldes ilicitanos consecutivos ante la adquisición o no de la correspondencia, los manuscritos, libros y fotografías del autor de 'El rayo que no cesa' eran exclusivamente de índole económica. Los dos estaban en lo cierto. Era una pena que los papeles hernandianos no se quedaran en Elche, como opinaba Alejandro Soler (PSPV). Y el alquiler que exigía la nuera del poeta era excesivo, como opinaba su sucesora, Mercedes Alonso (PP), y terminó imponiéndose. Por lo que la memoria documental de Miguel Hernández acabó enriqueciendo un museo de Quesada (Jaén), el pueblo de su mujer. Los peros que le encuentro, sintiéndolo mucho, a la adquisición de la pinacoteca de los Lladró son del mismo tenor. Como no se tasó, no se hizo pública la relación, el tamaño y la calidad de las obras que lo componen y el presidente del Consell no fue muy claro al respecto no sé si la compra representaba una buena oportunidad para ennoblecer el patrimonio pictórico de la Generalidad. O si, por el contrario, los 3,7 millones de euros abonados constituían en cierta medida una ayuda, una subvención o un ERTE más que sumar a los concedidos a los grandes porcelaneros de Tavernes Blanques. En consecuencia poco puedo opinar. ¿Por qué me muestro, sin embargo, más contundente y mordaz con la adquisición del legado de Berlanga? Me va a costar expresarlo como lo siento sin sobrepasarme, pero lo intentaré. Porque lo menos que podían haber hecho los herederos del maravilloso director de cine era donarlo, que no vendérselo a Valencia. La tierra que no sólo le vio nacer sino que le nombró hijo predilecto (2009), miembro del CVC (1985-1998) y director de la Mostra a uno de sus retoños. La tierra que no le negó nada en el ocaso de su carrera: le permitió que rodara sus últimas películas y dirigiera por todo lo alto un sainete y una superproducción teatral. Y el no va más. La tierra que hizo posible que alcanzara el mayor de sus sueños, estar al frente de unos estudios cinematográficos, no merecía este desaire. Su desiderátum, en manos de Zaplana, Olivas 'et alii', nos costó 400 millones de euros

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