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No les molesta a los nacionalistas de aquí (Compromís) ni a los de allí (Esquerra, Puigdemont y cia.) la sentencia del Tribunal Supremo que prohíbe las comunicaciones entre los gobiernos autonómicos en una lengua que para ellos es sólo una, el catalán, porque vean amenazado el idioma. La defensa de la eufemísticamente denominada «nostra llengua» no es más que la forma que adopta el rupturismo antiespañol para atacar el castellano, lengua común en todo el Estado, tan nuestra para los valencianos como el valenciano, que al fin y al cabo en castellano escribieron Blasco Ibáñez, Azorín o Miguel Hernández, autores que tal vez por ello han merecido menos reconocimiento, atención y citas en sus discursos por parte de los representantes políticos de la izquierda y el nacionalismo hoy gobernante que escritores menores y ensayistas sin fortuna. La infantil campañita en redes sociales -su territorio predilecto, el terreno abonado para el simplismo, el hábitat natural de los populismos- con el «bon dia» como forma de comunicarse las regiones del «ámbito lingüístico compartido» fue reventada por un responsable (es un decir) de comunicación (otro decir) de Compromís al acompañarlo de un «puta Espanya!» que revela las auténticas intenciones de la ofensiva contra el fallo del Supremo. El STEPV -el sindicato nacionalista de la enseñanza, amo y señor de las aulas públicas- ya había marcado el camino unos días antes al denunciar «la deriva autoritaria del poder judicial contra el autogobierno valenciano», y detrás fueron obedientes los cargos públicos, todos, los Oltra, Marzà, Ribó, Ferri, Baldoví... y se sumaron los sospechosos habituales, desde Puigdemont hasta Acció Cultural del Pais Valencià pasando por la Generalitat de Cataluña o Íñigo Errejón, que está a la que salta con tal de recuperar el tiempo y el espacio perdido. Molesta el castellano, como demuestra el Ayuntamiento de Valencia en sus carteles, en sus comunicaciones, en el propio nombre de la ciudad, o la Conselleria de Educación primando la enseñanza en valenciano y obstaculizándola en la lengua común de todos los españoles, con numerosos municipios donde los padres ya no tienen esta opción para sus hijos. Molesta como elemento de identidad nacional que entorpece el proceso que el nacionalismo valenciano emprendió hace años a imagen y semejanza del catalán, el de construcción de una nación -la valenciana- hermanada con la catalana, con quien compartiría historia, cultura y, por supuesto, lengua. Discriminadas ambas por España -que nos roba, nos maltrata y no nos deja ni expresarnos en «la nostra llengua»-. La lengua es la excusa, el objetivo es España.
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