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El coronavirus se puede propagar a través de aerosoles. Unas gotitas respiratorias que se expulsan al exhalar, toser o estornudar. Son imperceptibles y se suele olvidar que están ahí. Según ha demostrado la evidencia científica el riesgo de contagio se multiplica en los espacios cerrados. Por eso, los epidemiólogos se esfuerzan en repetir que pueden perdurar en un lugar sin ventilación aunque no seamos capaces de verlas. El asunto genera un problema de confusión. Porque se vincula que algo minúsculo es también insignificante -que en su primera acepción en el Diccionario de la Real Academia Española se refiere a algo «de escasa importancia o relevancia»-. Pero que una cosa no se aprecie con claridad no implica que deba carecer de consideración. Durante demasiados años los bancos cerraron contratos incluyendo cláusulas abusivas que se presentaban en letra pequeña de manera que los clientes firmaban sin saber a qué se comprometían. En 2014 entró en vigor una normativa que obliga a que los caracteres de los contratos cuenten con un tamaño mínimo de un milímetro y medio y sean redactados de forma comprensible.
La letra pequeña prevalece en muchos ámbitos, especialmente, en la publicidad. La asociamos a aquello que se intenta esconder de un anuncio en el que se encubre lo que realmente se está vendiendo. Un artificio del que no está exento la política. El procedimiento de actuación contra la desinformación aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional publicado en el BOE justifica su creación en «la difusión deliberada, a gran escala y sistemática de desinformación» para «influir en la sociedad con fines interesados y espurios». Pero, si un comité del Gobierno es el que va a determinar qué es o qué no es desinformación, ¿quién va a controlar la veracidad de los mensajes gubernamentales? Hasta ahora ése ha sido y es el trabajo del periodismo. El Ejecutivo escuda su iniciativa en una propuesta del Consejo Europeo de hace dos años pero desde Bruselas han advertido de que van a estudiar seriamente cuál es la letra pequeña de un gabinete diseñado por La Moncloa y no por un órgano independiente.
Los norteamericanos han decidido con su voto que Donald Trump será presidente de un sólo mandato. El 20 de enero arrancará el de Joe Biden. Tras medio siglo de carrera en Washington, quien fuera número dos de Obama asumirá con 78 años las riendas de la Casa Blanca junto a la primera mujer que alcanza la vicepresidencia de Estados Unidos. Una abogada, exfiscal y senadora de 56 años que ha ido rompiendo barreras durante toda su carrera. Ahora acaba de subir un escalón de colosales dimensiones. En su primer discurso como vicepresidenta electa señalaba: «Puede que sea la primera mujer en este cargo pero no seré la última». Kamala Harris hace historia al convertirse en la mujer que más alto llega al poder en el país al que más mira el mundo. Y eso no se escribe en letra pequeña.
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