Las letras de la vida

Creo que es un pequeño camión de una empresa de mudanzas. No es lo que importa. Cada vez que veo su letrero, en grandes letras ... amarillas, sonrío. Viajo. Recuerdo. Vivo. Demetrio, luce en el cartel. El nombre de mi abuelo. Sólo verlo alguna vez ha hecho que se me pase un día de disgustos. O que empiece la jornada con el mismo entusiasmo con el que él reparaba, un día, y otro, y otro, concienzudamente, un pinchazo en mi bici. O colocaba de nuevo la cadena en su sitio, con las manos negras por la grasa. O serpenteaba con su 4L por la carretera de Piqueras a Barchín en busca de una cuneta, una loma, un lugar en el que soñar sobre las ondas, en el que escuchar a cientos de kilómetros de distancia a su nieto narrando los partidos del CD Utiel en Radio Encuentro. Sólo ver ese nombre en el cartel me guía. Da sentido a mi día, a mi vida. Tonto, quizás. Simple, tal vez. Pero es pura supervivencia. Y me remonto en un instante a aquellas tardes eternas en la puerta de la casa del pueblo. Él en la silla plegable de loneta que sacaba para sentarse a la fresca. Yo en el único escalón de la entrada. Comiéndome un rollete o una madalena. Viendo la vida pasar. Oyéndole hablar de la importancia del respeto. De cuando vendía motores 'Piva'. De cuando recorría cada rincón de La Mancha ajustando el precio de las pipas de girasol. Señalando los pájaros que volaban. Que eso es un vencejo y eso una golondrina. Subrayando la importancia de la familia, de disfrutar haciendo lo que uno hace. El mantra de cuidar de los tuyos. Cómo iba a sospechar aquel niño de seis, de siete, de ocho, de nueve.... de tantos y muchos años, que aquello eran lecciones de pura vida. Que ahora, cuando él ya no vive, el simple y a la vez majestuoso cartel de una furgoneta iba a convertirse en las luces que iluminan la a veces tortuosa carretera de la vida. Un nombre que te prende el alma.