Secciones
Servicios
Destacamos
Madrid, ese clásico rompeolas de la política, debate sobre las libertades a conquistar en los tiempos nuevos: a los derechos clásicos de expresión, reunión y manifestación hay que añadir la libertad de botellón y aglomeración, y la imprescindible libertad de terraza. Tomar un café con leche con porras es un ritual preciso para gran parte de los madrileños. Como lo es la cerveza de mediodía, imprescindible entre la clase funcionarial, que tanto abunda en la capital. De ahí que en la campaña electoral de la región de las siete estrellas no estemos oyendo hablar de impuestos ni de obras públicas, sino de horarios de cierre, toques de queda y raciones de callos para llevar.
No es mala estrategia de la presidenta de Madrid esa de poner el énfasis en las libertades nuevas. De momento, todos, hasta Gabilondo el Soso, parecen haber picado el anzuelo. No se dan cuenta de que la gente, que no piensa en la epidemia sino en el aperitivo de las 13,30, aumenta su simpatía por la señora Ayuso conforme arrecia la crítica a su liberal permisividad; y se usan palabras gruesas como «caos», todavía más.
Mientras tanto, el influjo de Berlanga, crece y se extiende el esperpento. La presencia de un tal Marcelo, de fin de semana en la playa del Cabañal, arrasa y supera en interés a la llegada de un millón de vacunas o la reapertura del Canal de Suez. El presidente Puig critica que haya venido a comerse una paella saltándose el confinamiento y el alcalde de Valencia-Móstoles dice que ahí tenemos el fruto de la vida licenciosa y permisiva de Madrid. No queremos madrileños ni en pintura. Ni siquiera futbolistas. La ruptura de relaciones con la capital está al caer y no sería de extrañar una guerra de Pascua Florida.
Lo curioso es que, una vez más en la historia, la playa de Valencia, el Cabanyal, la Malvarrosa y las paellas guisadas al borde del mar, se convierten en piezas de convicción para la culpa y motivo de recelo entre pueblos que deberían ser hermanos. Es el mito del Levante feliz. Que empezó en febrero del 37, cuando el Madrid heroico resistía el feroz asedio de las divisiones de Franco y a un diario de la capital le dio por hablar del nuestra ciudad y de lo bien que se vivía en una retaguardia festoneada de palmeras, olas marinas y arroz con gambas. Se refería, dicen, a los funcionarios y políticos del Gobierno que habían salido de la capital en busca de refugios seguros y soleados; pero como no precisó, a causa de la censura... lo del Levante Feliz se nos quedó impreso a fuego en Madrid. Como si el pueblo valenciano estuviera al margen de la guerra y la playa de Sorolla fuera un paraíso sin mascarillas.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.