Urgente La jueza de la dana pedirá los audios de las llamadas al 112 de aquellos familiares que lo autoricen

Porque qué a todos nos resulta tan familiar el Lexatin? Se preguntaba ayer retóricamente Íñigo Errejón. Muy fácil: porque todos hemos estado alguna vez de los nervios o, en su defecto, hemos padecido interminables vuelos transoceánicos nocturnos donde es muy difícil pegar ojo sin la ayuda de una pastilla. Lo malo es que ahora casi nadie vuela y sin embargo el consumo de tranquilizantes y ansiolíticos se ha disparado. La culpa, dicen los políticos, es del coronavirus. Estoy segura de que si le preguntáramos al coronavirus diría que la culpa es de los políticos. Cada vez más radicalizados, crispados e irreconciliables (salvo alguna rara excepción como la del 'angelical' Gabilondo), no se puede decir que nuestros líderes estén contribuyendo precisamente a serenar los ánimos de la ciudadanía (en su conjunto) durante la ya de por sí exasperante pandemia. Si la merma de la clase media está dejando un boquete por el que podría acabar colándose la democracia (empujada por la irrupción de los populismos), la dialéctica populista terminará abriendo una brecha por la que más pronto que tarde, y si nadie lo remedia, acabará despeñándose la paz social.

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Es un proceso suicida que va, como la canción de Luis Fonsi, pasito a pasito, suave, suavecito... En esta paulatina deconstrucción de la convivencia ya hemos llegado, casi sin saber cómo ha sido, a los eslóganes maniqueos ('comunismo o libertad', 'fascismo o democracia'), y de ahí las barricadas y al NO-DO... Pero no solo en política. El apego al extremismo es tendencia. 'C'est l'air du temps', que dirían los franceses. Leo que una exadicta a los helados y siropes ha mutado en vegana radical y ahora es considerada una gurú. ¿Dónde queda hoy el punto medio, el equilibrio? Tal vez solo en la cápsula de un Lexatin.

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