Máximo Huerta me parece un buen tipo. Vaya eso por delante. Y valiente, porque abrir una librería en un pueblo es, cuanto menos, arriesgado. Con ... el nuevo librero he hablado una vez en mi vida, cuando era Máximo antes de ser Màxim para pasar de nuevo a ser Máximo. Sería por el año 1996, cuando empecé como colaborador en LAS PROVINCIAS y Máximo ya lo era en este mismo periódico. Recuerdo que en mis manos tenía un posible tema de Buñol pero no me quería meter en casa ajena, es decir, en los terrenos de Máximo, y desde una cabina telefónica y con una tarjeta prepago le llamé para comentarle el tema y, en cierta medida, pedir permiso para publicarlo. Los códigos son importantes en la vida. Su respuesta todavía la recuerdo y vino a decir algo así: adelante, claro que sí, publica, no hay problema. Al impulso se añadió un tono animoso y sincero, algo que me hizo sentir bien. Máximo, que fue muy generoso, no se acordará de aquella conversación pero yo todavía la tengo presente. Buñol es un pueblo raro, dividido en dos partes, la de arriba y la de abajo, unidas por la calle Ruiz Pons pero que todo el mundo conoce como la cuesta roya. Los vecinos de arriba suelen ir a Lidl y los de la parte de abajo, a Mercadona por pura ubicación. Las diferencias las solucionan a tomatazos, las musicales en un mano a mano entre litros y feos, el punto de reunión era Patrón y las uñas de Cate Blanchett para los Goya las mimó la buñolera María Lechiguer. Ningún pueblo tiene un cementerio más peculiar en toda la Comunitat y al inicio de la democracia se le empezó a llamar «la pequeña Rusia» porque el PCE era el partido que siempre ganaban las elecciones. Años después, el PP llegó a ser el partido más votado. En ese ecosistema de menos de 10.000 habitantes, en plena calle de la Tomatina, Máximo ha abierto La librería de Doña Leo. Creo que es la única que hay en la comarca. En Chiva, donde vivo, no tenemos librería, sino que se venden algunos libros en Regalos Amparo, la tienda de la familia política de mi amigo José, al que llamamos José Regalos. Por cierto, en Chiva tampoco tenemos Mercadona y seguimos vivos. Me gusta la vuelta de Máximo a sus orígenes. A su pueblo, a su cadena autonómica, a sus amistados, a «ser el mejor vecino», como decía una señora el día de la inauguración. El librero se marchó en cuerpo a Madrid pero su alma siempre permaneció aquí. Máximo Huerta (cuando era Màxim) fue el ministro más breve de la historia de la democracia española -duró una semana- y quizá lo pillaron por no ser político, por no tener la picardía de la clase a la que no pertenecía. A partir de ahí, de su cartera interruptus, Màxim poco a poco se volvió a encontrar. Volvió a ser Máximo, se aproximó más a sus raíces y ha terminado por abrir una librería en Buñol, que seguro que le ha hecho más ilusión que una cartera ministerial.
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