La historia es sobradamente conocida, aunque seguramente sorprenderá a quienes, criados en la era de la inmediatez, se asomen a ella por primera vez. El 18 de abril de 1971, con el título de la Liga en juego, el Valencia visitó al Espanyol en el viejo estadio de Sarriá en la última jornada de la campaña 70-71. Le bastaba con sumar un punto para proclamarse campeón, aunque también podía serlo (por primera vez desde 1947) si se daba un resultado favorable en el partido entre el Atlético y el Barça, asimismo aspirantes al campeonato. El encuentro de Barcelona, dicen las crónicas de época, fue desesperante. Un quiero y no puedo en el que el Valencia fue a remolque del Espanyol, quizá atenazado por la presión de poder ganar la Liga tantos años después. Los catalanes se adelantaron en el minuto 65 con un gol de Lamata, un tanto que dejaba al Valencia al borde del precipicio. Finalizado el encuentro en Sarriá, el valencianismo esperó expectante la resolución del encuentro del Manzanares. Y entonces se obró el milagro. Como había ocurrido un cuarto de siglo atrás, el resultado de los rivales, una igualada a uno, dio el título al Valencia. La popular imagen de Di Stéfano girado hacia la grada preguntando a quienes portaban transistores si el resultado de Madrid era de empate ha quedado grabada en la retina de los valencianistas veteranos como una de las estampas que sirven para resumir no solo aquel magnífico año, sino el siglo de vida del Valencia.
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Fue la emocionante culminación de una temporada inolvidable en la que el equipo dirigido por Di Stéfano, aparentemente compuesto por piezas secundarias y de escaso brillo, se impuso a sus rivales a partir de la sencilla fórmula que siempre le ha garantizado el éxito a lo largo de su historia: fortaleza defensiva y sacrificio sobre el césped. El Valencia cimentó su éxito en una defensa poblada y rocosa (Sol, Antón, Aníbal, Jesús Martínez y Tatono), verdaderamente agria para los delanteros rivales, que arropó al excepcional guardameta Abelardo, quien consiguió dejar la portería sin batir en dieciséis de los treinta encuentros de la Liga. La media, comandada por el talentoso Pep Claramunt y el clarividente Paquito, puso el juego sobre el césped. Dos valiosos extremos, Sergio y Valdez, otorgaron profundidad al equipo y se convirtieron, a menudo, en abrelatas de partidos imposibles. Y varios delanteros atípicos (Carlos Pellicer, Enrique Claramunt y, sobre todo, José Vicente Forment), se encargaron de culminar las jugadas trenzadas por el grupo.
El propio Forment, uno de los iconos de aquella generación, recordó no hace mucho en LAS PROVINCIAS que el secreto de la plantilla campeona del 71 radicaba, sobre todo, en la unión del vestuario. El equipo, un grupo de amigos que salían juntos tras los entrenamientos a comer tortilla de patatas, tenía un excepcional espíritu de superación y trabajaba denodadamente en busca del premio semanal: la victoria. Esta fuerza del colectivo impidió que aparecieran en el equipo divos o divismos que envenenaran a la plantilla. «Di Stéfano», explica Forment casi medio siglo después de aquella temporada, «quería que todos corriésemos, bajásemos, subiésemos...». La fórmula de hacer del esfuerzo un trabajo de todos implicó incluso a quienes, como Barrachina, Vidagany, Poli, Fuertes o Jara, se sabían suplentes.
Ese ambiente excepcional hizo posible que el Valencia se sobrepusiera a un inicio descorazonador, en el que el equipo sumó tan solo tres puntos en cuatro jornadas. Fue entonces cuando la máquina futbolística de Di Stéfano comenzó a funcionar. Una primera racha de ocho partidos sin perder, entre octubre y noviembre de 1970, condujo al Valencia a las puertas del liderato; una segunda, que se extendió entre diciembre de 1970 y marzo de 1971, lo consolidó como el equipo de referencia de aquella Liga, que plantó sobre el tapete una disputa sin tregua con el Atlético, el Madrid y el Barcelona. Hubo en aquella Liga múltiples partidos para el recuerdo, pero sobre todo uno, el disputado contra el Celta en la jornada 27, se lleva la palma. Aquel encuentro, jugado en un Mestalla repleto el 28 de 1971, se resolvió en el minuto 89 con un tanto de cabeza de Forment. EL gol de Forment. «¿El día del Celta?», recuerda el protagonista, «Usted no vio aquello. Almohadillas volando. Yo pensaba: ¿pero esto qué es? Ganamos al Madrid 1-0 y metí yo, pero era un partido normal. Esto era diferente».
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