Pasear por ciertas calles de Valencia puede convertirse en actividad de riesgo. No hay un motivo sino varios, como también son varias las causas que propician que la suciedad se haga fuerte en ciertas zonas. Se dice que no es más limpio el que limpia, ... sino el que menos ensucia. Pero en algunos barrios tienen más que olvidado este refrán porque los puntos donde se ubican los contenedores se transforman en improvisados vertederos urbanos. Urinarios, mesas, sillas, armarios, colchones, sofás, puertas, incluso, lavadoras o frigoríficos. Se acumulan de tal modo que se acaba componiendo una espontánea exposición de cacharros que hasta puede obligar a cambiar de acera al que se le ocurra pasar por ahí. Quizá hay quien piense que los autores anónimos de esta performance del desperdicio son nostálgicos del 'Cant de l'estoreta velleta', cuando se iba casa por casa recogiendo los trastos para la «falla de Sant Josep». O que podría tratarse de imitadores de Marcel Duchamp que lo que pretenden es homenajearle emulando sus 'ready made', aquellos objetos cotidianos que el artista francés extraía de su contexto para presentarlos al público como obras de arte. Pero como explica el principio de la navaja de Ockham, la respuesta más sencilla suele ser la más probable. Y en el camino de la sencillez se revela la ausencia de civismo de quienes por desidia o desconocimiento deciden 'aparcar' lo que les sobra en mitad de la vía pública. Cuesta creer que todavía haya gente que ignore que hay un servicio del Ayuntamiento encargado de recoger gratuitamente estos enseres.
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Apunta un reciente informe municipal que las quejas por el descuido en los jardines de la ciudad se han incrementado un 75%. No hace falta realizar una exhaustiva investigación para comprobar la falta de limpieza que presentan algunos espacios. Especialmente desagradable y peligroso resulta para los niños que acuden al parque encontrarse con los restos de un botellón en su columpio un sábado o un domingo por la mañana. O con envases y sobras de comida preparada tirados a los pies de un tobogán una tarde cualquiera.
Luego está lo de los dueños de los perros que abandonan los excrementos de sus inocentes mascotas pese a que deben no sólo recogerlos sino también retirar cualquier resto con agua. En el municipio madrileño de Meco, desde que implantaron un censo genético canino, cuando la policía detecta una deposición sin recoger, toma la muestra, la geolocaliza y multa al infractor. Así han logrado reducir un 85% la proporción de heces en sus calles. Sólo es un ejemplo pero hay más localidades que empiezan a tomarse estos problemas como lo que son, una cuestión de salud pública que hay que atajar concienciando a los vecinos para que ensucien menos e invirtiendo los impuestos que pagamos para limpiar más.
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