Confío en los jóvenes. Estoy cansado de tantos discursos de mi generación sentenciando que a los jóvenes les faltan reyes y fechas del pasado, que los domina el hedonismo o que no sobrevivirían sin sus bichos tecnológicos. ¡Que no leen! Pero, demonios, ¿cuándo se ha leído en este país? Parece que algunos querrían que no se escribiera o se rodase nada nuevo, que fueran eternas sus películas en blanco y negro y sus programas de televisión en los que se fumaba sin parar. Y lo que es peor, que eterno fuera su colegio de curas o monjas, la instrucción antigua, la urbanidad de antes y aquel estoicismo del pan con Lingotín obligado por la pobreza. Semejante desconfianza sólo puede obedecer a la desesperación del que se ha quedado atrás en el tiempo, a la soledad del conductor en dirección contraria. Los mismos que llaman incultos a los jóvenes son los que tildan de simplicísima a la educación norteamericana, esa que no para de ganar premios Nobel de ciencias.
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Sí, yo disfruto con los videojuegos desde que en los ochenta los Reyes le dejaron a mi hermano Rafa su paleolítico ZX Spectrum. He jugado en el PC, en el portátil, en la consola y ahora estoy tentado por las gafas de 3D. Por eso, desde hace muchísimo, sostengo que en este tipo de aventuras gráficas están las novelas del futuro; cuentan un episodio en el que te llegas a ver físicamente introducido. ¿Acaso la narrativa consiste en otra cosa? Sólo falta que la industria dé el paso y comience a producir historias para adultos. Por supuesto que el uso del idioma se transformará, pero es que la lengua consiste en un don instrumental, sometido al principio de utilidad. ¿Quién lee hoy el castellano del arcipreste de Hita por placer, si no es para aprobar un examen? A la cultura clásica no la salvará la letra que con sangre entra, aunque sí la curiosidad. Debemos fomentar tal inquietud por conocer antes que la obligatoria memorización del relato de mármol de los sepulcros.
Los de mi generación somos inmigrantes en el universo líquido de nuestros hijos y, sin embargo, detentamos el poder. Por eso parece de listos llamarles 'bárbaros', porque no pueden respondernos: ¡momias! Tengo un hijo y dos hijas, los tres son mejores que yo y están mejor preparados para el mundo de hoy. Los 'boomers' fracasaríamos estrepitosamente siendo chavales de la fluida actualidad con nuestra formación de tiza, mates sin calculadora y 'plinton'. Conque, troncos de mi quinta, dejemos de hacernos los graciosos menospreciando a los jóvenes, bastante complicado lo tienen con la mierda de realidad que les dejamos en herencia.
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