Un proyectil impacta contra un edificio de viviendas. Una nube de humo. La imagen se repite en la pantalla del televisor una y otra vez. ... Hasta cierto punto hipnotiza. Estamos «enfermos de información», inmersos en el torrente mediático, dice Gitlin; rodeados de monitores, convertidos, como el presidente Zelenski, en nodos de comunicación móviles. El 11 de septiembre de 2001 un avión de pasajeros partía en dos una de las torres más simbólicas de Nueva York y dejaba a su paso una bola de fuego. Contra esa imagen de referencia proyectamos la que llega, ahora, desde el corazón de Ucrania. Como un decorado de película, el comedor ha volado y la estructura de hormigón queda desnuda, descarnada, el interior abierto a la mirada.
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Nos asaltan los vídeos, pero no es la guerra de la imagen, ese título lo ganó la guerra del Golfo. La televisión fue la de Vietnam, la de la radio la Segunda Guerra Mundial. Esta es la guerra de las redes, la guerra del vídeo ciudadano que ha llegado a Tiktok, donde moran los adolescentes. Hablan las víctimas, los familiares, los españoles que huyen, los influencers. Hasta el presidente de Ucrania asoma la cabeza y con un selfie desmiente la propaganda rusa, que le sitúa ya lejos de la ciudad, huido. Se dirige a los ucranianos, cuya moral trata de minar el Kremlin, y a la comunidad internacional. Sigo aquí, dice el antiguo cómico. Al fondo, un edificio emblemático de Kiev, prueba de su coraje. Las redes sociales se han convertido en las redes de la resistencia: guardianas del relato de los ciudadanos, asediados por las tropas rusas.
Sabemos ahora que los cinco metros de la gigantesca mesa que separaba a Macron de Putin no eran mera anécdota, pasto de memes. Eran un anuncio: no hay espacio para negociar. Putin jugaba al «frente ruso», una táctica negra en la que sólo hay una opción, ceder; la otra es la guerra. He estudiado cientos de tácticas, pero nunca pensé que la vería, literalmente, en acción. Tan escalofriante como el ataque es la indiferencia de Putin a lo que pueda pensar o hacer la comunidad internacional. El maestro de la propaganda y la desinformación, guionista del Brexit y del 1-0, no se molesta en justificar, fuera de sus fronteras, su «operación militar especial» ('Russia Today' dixit). Iglesias, ayer vicepresidente, acusaba en enero a Robles de tratar de asustar a los rusos con la patrulla Águila. ¿Que se sienten solos los ucranianos? A diferencia de Putin, que no tolera la disidencia, Europa necesita construir cada día un relato fuerte y compartido para hacer frente a las amenazas. Es nuestra fortaleza y nuestra debilidad.
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