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La locura de Plátov

ROSEBUD ·

Europa, refundada por el psicópata que anheló su destrucción

Antonio Badillo

Valencia

Miércoles, 9 de marzo 2022, 00:02

Atruena la mascletà en medio del gran atasco, hombre y coche varados otro mediodía más en los laberintos de Grezzi, cuando de la radio escapan como latigazos los ecos de las bombas que empiezan a caer sobre Kiev. De todos los sentidos a su alcance, ... la paradoja elige el oído para materializarse. ¡Pum!, se oye cerca, ¡pum!, replica la distancia, coreografiando los pasos de una danza macabra, la vida y la muerte agarrados por el talle. El joven Plátov, nombre en clave escogido por Putin cuando era un cadete de la KGB, ya tiene lo que buscaba. Dice Rob Sears en su caricatura literaria que al autócrata ruso siempre le gustó golpear primero. Ha vuelto a hacerlo, erigiéndose en gallo de nuestro concurrido corral de tipos peligrosos. ¿No a la guerra? Cómo renunciar a tan noble principio. Pero antes de precipitar una respuesta preguntémonos qué es la guerra. Guerra es todo. Las bombas que destruyen los caminos y el caminante desvalido que vuelve a empedrarlos con sus lágrimas, atrapado entre versos de Machado. Imposible por tanto decir no a la guerra sin abandonar a su suerte a esas familias rotas que huyen como roedores de sus casas, con la incierta esperanza de que el cepo asesino de los corredores humanitarios no tenga hambre de caza. Ofrecemos hospitalidad, presos de la dulce angustia que mortificaba a Oskar Schindler al repasar su exigua lista de elegidos. Buscamos armisticios entre el oprimido y el opresor que negocia treguas bajo las condiciones de una rendición. Volvemos a entonar el 'Resistiré' ahora que la economía de guerra deja de ser metáfora para horadar los bolsillos ya esquilmados. Hacemos cuanto podemos, pero es insuficiente. A esta bestia no la aplacará un ejército de Hare Krishna y renegar de la guerra obliga a luchar por la paz. Dos son los milagros que ha alumbrado la locura de Plátov. El primero, ver a Sánchez escapar al fin de una emboscada de Podemos, hasta en esto demagogos. El segundo, asistir al verdadero nacimiento de Europa. Lo que en treinta años no lograron Beethoven, la bandera estrellada y un parlamento invisible lo han conseguido un virus y uno de esos tiranos con los que de tanto en tanto nos lacera la historia. Europa, más ingeniería política que sentimiento real, refundada por el psicópata que anheló su destrucción. La Unión hace la fuerza. Bien que nos vendrá cuando callen las bombas y comience la otra guerra; fría, como se sirve la venganza, como debe permanecer la mente que imparte justicia. El futuro de Plátov está ya escrito en perfecto ruso. Guerra y paz. Crimen y castigo. Una pena que, puesto a ser el idiota, se alejara nuestro déspota del pacífico influjo del príncipe Mishkin. Eso que ganaría el mundo.

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