La lucha pornográfica de griegos y latinos
UNA PICA EN FLANDES ·
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Mis compañeros fueron a Yugoslavia por el fin de carrera y yo a la mili, pero luego nos reencontramos en un concierto de Franco Battiato en el teatro romano de Sagunto. Ellos con el pelo más largo y yo más corto. Y danzamos alegres como zíngaros del desierto con candelabros en la cabeza. En aquella época los estudiantes de Derecho celebrábamos una cena llamada 'de próceres' en la que a un poderoso con hambre de cumplidos le permitíamos invitarnos a cambio de que nos diera su discurso moral, nuestro prócer fue Mario Conde que acababa de vender Antibióticos S.A. Quizá por eso, desnudos, pero con las togas de la foto de la orla todavía encima, riéndonos, corrimos hacia la mar. A la playa..., no os detengáis hasta que la marea nos cubra como a naves antiguas. Yo soñaba con un melocotón ofrecido por la mano de Robert Graves bajo el emparrado de su casa de Deyá, no conocía el pudor. Nos creíamos inmortales, no sabíamos que, en vez del coro de las sirenas de Ulises, de Valencia nos sacaría el Auto-Res.
Francisco Brines escribió en mi nombre: «Adornada de mirto y flor, compartimos la tienda, vigilada por el fuego campamental y la insomne mirada de centinelas escogidos». Aquella libertad era del cuerpo, lo del alma libre vino más tarde, al dictado de la sabiduría. Nos regalábamos sin reservas, aún quedaba para esforzarnos por ser deseados. No diré que nos enamorásemos, pero en una noche podíamos construir recuerdos eternos, embriagados de literatura decadente, pintura renacentista, lugares vacíos donde antaño hubo una ciudad, un templo, un «maldigo a los dioses» de Aquiles por Patroclo... Intercambiábamos versos, posados, dibujos, sudores y canciones inspiradas por Neruda. La vida era una fiesta. Por un momento, ¿cuánto duró?, ¿meses?, la vida fue una fiesta. Recién terminada la universidad, la página del porvenir estaba en blanco. Dormíamos con las ventanas abiertas en pensiones de marineros frente al puerto de Jávea o de Ibiza; sobre la cama deshecha, la Justine de Lawrence Durrell y Brines anticipando: «Todo será rumor en la ceniza».
Hay un instante en que la juventud brilla y se borra rápido como un relámpago, en que Dios enciende y apaga una bombilla en el universo. El mío coincidió con Brines diciéndome: «Yo te recuerdo, con más hermosura tú que las divinidades que aquí fueron adoradas». Y con Battiato definiendo el amor como una lucha pornográfica de griegos y latinos, entre iguales y diferentes. Esta semana se me han ido los dos, el griego y el latino. Y me he acordado del joven que fui con ellos, aunque ese loco ya hace mucho que murió.
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